Lucy

Crítica de Alejandro Franco - Arlequin

Fumada. Absurda. Tonta. Pero tan exagerada que resulta compulsivamente mirable. A veces los directores logran sacar a flote libretos ridículos pero, en este caso - cuando el cineasta y el libretista son la misma persona -, uno deduce que la trama ha sido concebida así desde el vamos, y que se trata de un esfuerzo adrede. Si uno tuviera que definirla, podría decir que Lucy es una especie de versión no oficial de Akira, con menos formalidad y mas disparate y tetas, la cual termina saliendo a flote gracias a la impresionante energía que logra inyectarle Luc Besson en cada uno de sus fotogramas.

El comienzo es glorioso y tarantinesco. Dos extranjeros enredados en Taiwan, de los cuales el muchacho convence a la chica que le cumpla un encargo aparentemente sin importancia. Cuando las cosas se ponen espesas, uno se da cuenta que la trivial encomienda resulta ser una tarea tremendamente peligrosa... especialmente cuando al chico lo masacran en las afueras del hotel y frente a los ojos de la protagonista. En medio de toda esa escena tenemos un montón de cortes rápidos e intercalados con la trama principal, los cuales muestran una secuencia paralela en donde un montón de leopardos se aprestan a cazar un venado desprevenido en medio de la sabana africana. Las interrupciones de la cacería de los leopardos da el tono justo para el filme - que es cómico, inesperado y que súbitamente se pone sangriento -, porque todo lo que empieza a padecer la muchacha dista de ser bonito. Golpizas, asesinatos frente a su vista, llanto, tortura, demasiada sangre. El jefe de la mafia china (Min-sik Choi, el mismo de Oldboy) volándole la cabeza a un drogadicto frente a los ojos desorbitados de una desesperada Scarlett Johansson, como para que entienda que sus intenciones van en serio. La chica siendo raptada y forzada a portar, en su abdomen, una bolsa enorme de una droga azul, tan peligrosa como experimental. Y un montón de maltrato físico en la celda en donde espera el momento de ser despachada de vuelta a su casa en Norteamérica - oficiando como mula para pasar la droga por la aduana -, el cual accidentalmente rompe la bolsa y desparrama la droga azul en su corriente sanguínea... convirtiéndola en algo que no es de este mundo.

Mientras que la premisa pareciera terminar en una de superhéroes - la Johansson pateando traseros y usando sus superpoderes mentales para vengarse -, el filme intenta ir mas allá y explicar que la chica se ha convertido en una entidad tan hiperpoderosa y sobrehumana que es capaz de absorber todo el conocimiento humano, reelaborarlo y borrar de un plumazo todas las teorías científicas creadas por la civilización en los últimos 500 años. El problema es que, para ello, se precisa un clima de asombro - un escenario de seriedad científica como el de Transcendence, en donde las explicaciones suenen racionales y originales -, el cual es canibalizado por las balaceras y los tremendos poderes mentales de la Johansson. Toda la explicación científica inspirada del final - que las matemáticas no son el lenguaje común del universo sino de que se trata del tiempo - perece sepultada ante la batalla campal que mantienen los mafiosos con las fuerzas policiales en el corredor contiguo. Son como dos películas pegadas y contrapuestas: Lucy castigando a los malos, y Lucy convirtiendose en un semidios capaz de cambiar la historia de la humanidad. Y Besson dirige con mayor entusiasmo la primera que la última.

Desde ya, todo está plagado de absurdos y errores científicos. Como que todos los humanos sólo usamos el 10% del cerebro y que la Johansson, a causa de la droga, empieza a usar la capacidad remanente hasta alcanzar el 100% sobre el climax del filme. En ese sentido, Lucy es como Limitless pero recargado de testosterona: en vez de los pavos devaneos de Bradley Cooper para demostrar su superinteligencia, Scarlett Johansson parece Carrie en medio de su período menstrual, aniquilando gente con la mirada y siendo capaz de realizar proezas físicas imposibles. La chica blandengue y lloricona se ha convertido en una especie de robot rebosante de lógica pura, capaz de conectarse con los aparatos electrónicos, leer todo tipo de telecomunicaciones sin necesidad de dispositivos, apagar los cerebros de sus perseguidores mediante un chasquido, mover cosas gigantescas a la distancia, e incluso moverse en el tiempo y el espacio cuando su mente gana mayor potencia debido a las sobredosis de la droga azul que la chica sigue inyectándose para mantener el ritmo y la integridad de su hiperactivo cerebro. Lo que evita que Lucy caiga en el ridículo es el nivel continuo de sorpresas que nos reserva Besson en cada una de las escenas, en donde nada es imposible. Son esos delirios los que mantienen vivo al filme, ya que los dos conflictos principales - la deidad en que se está transformando la chica (lo cual jamás está explicado de manera profunda), y la batalla con los criminales (la cual no deja de ser una pelea entre humanos y gusanos - parafraseando a Tim Robbins en La Guerra de los Mundos -, ya que Lucy es tan superpoderosa que resolta imposible creer que esté en algún momento en serio peligro) - no son resueltos de manera satisfactoria.

En todo caso, uno debe tomar a Lucy como una especie de road movie metafísica. Es mas interesante el viaje que el destino, y los delirios que se le han ocurrido a Besson para entretenernos durante la travesía. Es posible que el enfoque exagerado del francés sea el mejor para encarar semejante historia, ya que la formalidad hubiera hecho crujir la credibilidad de la trama; aquí, en cambio, Besson decide volar la credibilidad por los aires y se dedica a bombardear los sentidos con un monton de truculencias, las cuales son tan disparatadas qe resultan inmensamente entretenidas.
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