La mula lisérgica
Si partimos de la base de lo ridículo de la premisa de Lucy, tenemos dos opciones: o nos relajamos para dejarnos llevar por las incongruencias de un guión que no se sostiene, o indagamos con mayor seriedad sobre la necesidad de introducir temas interesantes en un relato absurdo e inverosímil, con el pretexto de querer esquivar el sayo de entretenimiento pasatista a secas.
No necesariamente esta hipótesis se sustente por tratarse de un proyecto de Luc Besson, pues el realizador francés, en su calidad de productor, ha dado muestras acabadas de que el género o, mejor dicho, la mixtura de géneros, como la acción y la comedia, le resultan atractivos o al menos muy rentables. Pero si tenemos en cuenta que también Besson, en sus épocas doradas fue responsable nada menos que de El perfecto asesino y Nikita, ninguno de estos ejemplos –hay otros- abrazó de una manera tan cabal la ridiculez y los excesos en la trama.
Formulada esta idea de contrastes, debe destacarse que las escenas de acción de Lucy cumplen pero no deslumbran y que la actuación de Scarlett Johansson, como nueva heroína, alcanza a satisfacer a fanáticos y no tanto, por contar con la ductilidad de manejar el cuerpo en escenas físicas cuando se lo requiere y, por otra parte, aportar la cuota dramática en los momentos donde el relato busca un respiro.
Así las cosas, tras cumplir con un pedido de su novio para entregar un maletín a un villano oriental (Min-sik Choi), cuyo contenido es una droga artificial elaborada en base a sustancias humanas de embarazadas, la protagonista se ve obligada a convertirse en mula para hacer llegar la droga de China a los Estados Unidos. Sin embargo, luego de una golpiza (violencia de género, presente) que le provoca a su organismo la dispersión de la droga CPH4, desarrolla una hipersensibilidad; su coeficiente intelectual se incrementa descomunalmente (del 10 al 100%) hasta adquirir habilidades como la telepatía, la telekinesis, sujeto siempre a las reglas de todo comic de superhéroes, en el que el accidente otorga beneficios extraordinarios a la víctima.
El problema de Lucy en su concepción de película de entretenimiento, blockbuster hecho y derecho, es que se toma demasiado en serio a sí misma, aunque esté presente el apunte irónico de Bresson sobre tópicos de los superhéroes o ciertos códigos del género. Prevalece, en los intentos de introducir ideas metafísicas o conflictos de carácter existencial en una historia básica de villanos contra una chica superpoderosa, la innecesaria solemnidad que desacredita el divertimento llano que no requiere ninguna reflexión extra por parte del espectador. Pero eso no sería una falla estructural o formal, en la medida en que lograra un desarrollo con el peso suficiente frente al cúmulo de escenas de acción, aspecto que desequilibra desafortunadamente la balanza.
En síntesis, Lucy se queda por su propia vanidad a medio camino del entretenimiento bien filmado y la pretensión de película seria a lo The Matrix, a pesar de los ojos electrizantes de Scarlett Johansson y su fotogenia imbatible.