¿Ser o Parecer? Esa es la cuestión. El cine de animación de otras latitudes del planeta, fuera de Estados Unidos que pretende ser de audiencia masiva, anda en pleno debate para encontrar la fórmula que llene la billetera. Bastante pedregoso es el camino cuando en pos de ese objetivo se pierde la identidad artística, el gen creativo y la sana inquietud que lleva a romper esquemas para caer simplemente en burdas imitaciones.
El estreno de la alemana “Luis y sus amigos del espacio” es un claro ejemplo, teniendo en cuenta que veintiocho años atrás dos de sus directores, Christoph Lauenstein y Wolfgang Lauenstein, se llevaban el Oscar a mejor corto animado por una pequeña joya llamada “Balance” (1989). Compare el lector esa pieza de poco más de siete minutos filmada con la técnica Stop Motion (si la busca en YouTube como “Balance Short Film” la encuentra fácilmente), con este estreno y verá lo que le digo. Del tercer co-director, Sean McCormack, conocemos “¡Uyyy! ¿Dónde está el arca?” (2015), aburrida película que desembarcó hace dos años por estas costas.
No es que no se pueda contar por enésima vez la relación que establece un niño con alguien del espacio exterior. Sigue siendo poderoso ese vínculo entre la pureza del ser humano y su relación con lo distinto como mensaje antidiscriminatorio. El punto es cómo se logra y si realmente hay una intención de transmitir algo con eso o, como en este caso, apuntar a la máscara exterior y que los chicos coman pochoclos.
Tres extraterrestres bastante torpes aterrizan en nuestro planeta destrozando su nave y viéndose ante la dificultad de adaptarse a un nuevo ambiente pero, sobre todo tratando, de volver a casa. En la pequeña comarca rural vive Luis, quien con sus problemas de cambio de etapa en su propia vida tiene bastante aunque. por supuesto. tendrá un anclaje importante cuando se encuentre con ellos.
¿La resolución estética del diseño? Uno tiene un ojo, el otro dos, el otro tres y parecen salidos de las sobras de bocetos que Pixar tiró a la basura cuando lanzó Monsters Inc, en 2001. Se pueden convertir en lo que quieran como para pasar (digamos) desapercibidos, y por supuesto se meterán en bastantes líos. Ni hablemos de la esquematización de los humanos que rodean a Luis, ni mucho menos de la obviedad de sus actitudes frente a la sospecha de que “algo raro pasa”.
Un producto que no cae del todo gracias al timing del montaje y a algunos gags que funcionan bien y estiran la sonrisa un rato hasta que llega el siguiente, pero por supuesto no alcanzan para sostener un relato demasiado obvio y poco sutil para disfrazar la intención comercial.