El cine como instrumento
Latinoamérica se encuentra viviendo los días más agitados del año, con acontecimientos que curiosamente fueron acompañados desde las pantallas cinematográficas de Córdoba con el estreno de dos filmes que abordan explícitamente el momento político de nuestra región. Dos películas muy diferentes entre sí pero que sirven para pensar cómo el cine, que es un arte político por excelencia, puede terminar absolutamente desvirtuado cuando se utiliza para fines extracinematográficos, aún cuando se persigan las mejores intenciones. Y acaso el problema común se encuentre en que tanto Al sur de la frontera, de Oliver Stone, como Lula: El hijo de Brasil, de Fábio Barreto, intentan cada una a su modo clausurar los sentidos, presentar una única lectura del mundo y hasta fundar un mito político, cuando la naturaleza esencial del cine es precisamente la opuesta: abrir nuevos horizontes, expandir los límites de nuestra percepción, plantear nuevas preguntas al espectador.
Pero vale detener las comparaciones aquí, pues se trata de películas de dignidades distintas. Empecemos por la mejor. La misma tarde en que el mandatario de Ecuador, Rafael Correa, era secuestrado por un grupo policial -en una operación golpista grosera e impresentable (pero nunca reconocida como tal por los grandes medios ecuatorianos y norteamericanos)-, en el Cine Teatro Córdoba se estrenaba Al sur de la frontera, un filme que sirve al menos para constatar un panorama común en esta parte sur del mundo: la existencia de gobiernos populares que comparten algunas políticas y también algunos enemigos, y que son acosados por grupos de poder locales y extranjeros. Un síntoma de época ya conocido, que tendrá sus bemoles (no figuran, por caso, los gobiernos de Chile, Colombia y Uruguay), pero que vale la pena recorrer a través de la palabra de sus propios protagonistas, una propuesta a la que sin embargo Stone no logra sacarle todo el jugo. De naturaleza eminentemente periodística, al modo de los documentales de Michael Moore (homenajeado explícitamente en el filme), Al sur de la frontera termina siendo apenas un boceto sobre el momento histórico que vivimos, que incluso tal vez hable más de la forma en que los norteamericanos entienden la política que de nosotros mismos, aunque logra poner sobre el tapete algunas de las cuestiones centrales del momento. Confeccionado a partir de entrevistas a los mandatarios afines, comenzando por Hugo Chávez (se lleva la mayor parte del metraje), pero también Cristina y Néstor Kirchner, Rafael Correa y, en menor medida, Fernando Lugo, Lula Da Silva y Raúl Castro, el resultado es una panorámica a vuelo de pájaro sobre la región, una radiografía endeble y liviana que alcanza para puntualizar algunos ejes de la política latinoamericana: la relación con los grandes grupos mediáticos, los problemas con el capital concentrado y el FMI, y los intentos desestabilizadores de todos ellos. Amén de cierta visión idealista de Stone (cuyo pico máximo es el esbozo de una suerte de revolución pacífica del sur hacia el norte, a través de la inmigración), el director parece poco preocupado por profundizar los temas que aborda, e incluso desnuda una visión de la política como mero espectáculo (así, hace jugar al fútbol a Evo y andar en bicicleta a Chávez, poniéndolos en situaciones ridículas), repitiendo aquellos vicios que intenta criticar. Por eso, lo más interesante tal vez esté en el modo en que Stone se relaciona con su propio país, denunciando la complicidad de los medios de prensa con el gobierno de George Bush y sus operaciones en la región, y explicitando la ignorancia cultural de sus compatriotas, un síntoma que sin embargo es compartido por el director, al punto de que la película hoy termina sirviendo más para comprobar qué poco ha cambiado en el país del norte con la llegada de Obama al poder (la tesis justamente contraria a la que postula Stone).
Por lo demás, los pecados de Lula: El hijo de Brasil son aún mayores, pues se trata de un filme meramente publicitario, un culebrón televisivo plagado de convencionalismos, golpes bajos y clichés que ni siquiera sirve como propaganda electoral, ya que está muy lejos de hacerle honor al estadista que lo justifica. Especie de biografía novelada, la película narra la vida de Lula desde su nacimiento y hasta su primera postulación presidencial, pero lo hace desde una concepción relacionada más con la publicidad que con el cine. Es más, se diría que el director hasta pretende adoptar una posición apolítica, un discurso centrista que busca agradar a todos pero que termina traicionando a la propia figura que retrata, cuyo peso histórico es demasiado para este novelón propio de la red O Globo.
Por M.I.