Dos viejos conocidos en pos del humor
Adam Sandler y Drew Barrymore tratan de poner todo de sí para darle vida a una comedia conservadora y con chistes algo repetidos. Por momentos lo consiguen; por otros, sobre todo Sandler, apenas si levantan cabeza en un panorama con el espíritu algo oxidado.
Justo después de uno de sus tantos chistes de dudosa eficacia, Jim (Adam Sandler) reconoce que se está volviendo viejo. Basta ver los films del último lustro del actor con cara de huevo (Son como niños, la irregular Jack y Jill, el directo a DVD That’s My Boy) para comprobar que la afirmación es perfectamente transportable a su humor. Explosivos, sinceros e inocentones durante los ’90 y la primera parte de la década pasada, sus chistes se enraizaron en una espiral descendente de fatiga y obsolescencia, luciendo como gargajos escupidos por una obligación contractual antes que por el devenir natural de las situaciones narrativas. Pero en Luna de miel en familia Sandler parece percibir que el óxido es una amenaza latente. Quizá por eso guerrea munido no sólo de su habitual metralleta de gags estúpidos, sino también con la rota ideal para este descosido, Drew Barrymore, con quien ya había compartido cartel en La mejor de mis bodas y Como si fuera la primera vez. La combinación eleva –eso sí, no demasiado– a esta historia previsible y felizmente inofensiva por sobre la media de sus últimos trabajos.
Dirigido por Frank Coraci (el mismo de El aguador y, ay, Click: perdiendo el control), el film parte de una recurrencia habitual en las comedias estadounidenses (Cómo sobrevivir a mi novia, La mujer de mis pesadillas, Son como niños, Sólo para parejas) como es el viaje a locaciones paradisíacas, haciendo de la distancia un disparador ideal para situaciones de cambio para la pareja central, en este caso Jim y Lauren (Barrymore). Viudo y con tres hijas él, recientemente separada y con dos hijos ella, tienen una cita a ciegas para el olvido, generando un odio irreconciliable. Pero esto es Hollywood, así que el guión de Ivan Menchell y Clare Sera forzará situaciones para volver a cruzarlos, alcanzando el punto máximo en unas vacaciones compartidas en un resort a todo trapo en... Africa. Nadie debería sorprenderse cuando, casi dos horas después, ellos se rindan a las bondades del amor. Del amor y la familia, porque Luna... es un canto de cisne al ideario del american way of life, apuesta por el ensamblaje amoroso erigido sobre las bases de la compatibilidad familiar, tamizado por una sobredosis de chistes buenos y no tanto, pero siempre hermanados en su condición de ya vistos y oídos.
Sin embargo, Luna... pega una vuelta de campana cuando entrega su confianza al aire tan tontuelo y buenudo como auténtico y noble de sus intérpretes, alcanzando en la última parte un encanto naïve cercano a Como si fuera la primera vez. Como en aquélla, Sandler elimina su condición de estallido emocional latente para lidiar con una serie de responsabilidades a priori ajenas a su universo de control de forma consecuente con su rol de adulto que nunca quiso ser: ver si no la vestimenta y el corte de pelo de sus tres hijas. Lo mismo con Barrymore, siempre luminosa y con su boquita con forma de corazón, que aquí vuelve a ser la encarnación de la perdedora que no merece serlo y a la que le cuesta comprender cómo funcionan el mundo y los vínculos emocionales. Así, podrá achacársele a Luna de miel en familia su espíritu conservador y el carácter anacrónico de su propuesta, pero el humanismo de sus protagonistas y el cariño del film para con ellos amenizan la visión de la enésima batalla de la cruzada sandleriana a favor del humor infantiloide. Batalla que, al menos esta vez, gana raspando.