Lauren (Drew Barrymore) trabaja ordenando closets de familias adineradas, está separada y tiene dos hijos varones algo inquietos. Jim (Adam Sandler) es viudo y padre de tres niñas, una pequeña y dos adolescentes con look andrógino, responsabilidad directa suya, es amante de los deportes y trabaja en una tienda de este rubro.
A ambos les organizan una cita a ciegas pero la misma resulta ser catastrófica, lo último que querrán es volver a encontrarse. Por esas cuestiones del azar, y una vuelta de tuerca un tanto forzada de guión, las dos familias terminan coincidiendo en unas vacaciones familiares en África. En esta parte del filme hay mucho humor físico, gags fáciles y chistes (rancios) que se repiten hasta el hartazgo.
Pero hurgando mas allá de este flanco, de la comedia típica norteamericana formulada (de formula) para vender entradas, nos encontramos con que el filme también dialoga con otras cuestiones, como que las primeras impresiones no siempre son las que cuentan, con las grandes diferencias… o como a través de un proceso de conocimiento y aceptación se puede “ensamblar” una familia.
La naturalidad con la que funciona esta aceptación a partir de lo heterogéneo esta lograda, primordialmente, gracias a la dupla protagónica que demuestra, como en sus anteriores trabajos juntos, un química extraordinaria. Una Drew Barrymore (diosa) angelada que siempre encuentra el equilibrio justo a sus personajes, que incluso logra que Adam Sandler se observe maduro; aquí el actor, contenido de sus estupideces habituales, retorna al que supimos apreciar en “Como si fuera la primera vez” y porque no en la prodigiosa “Embriagado de Amor”.
La última media hora, cuando la película se enfoca en la historia de amor, es cuando mejor funciona. Arrepentimientos, reproches, encuentros y desencuentros… la nostalgia siempre presente. Momento de asumir responsabilidades, de madurar, de “jugarse” por el otro…Si, es cierto, es cursi y sentimentalista, pero la honestidad y el cariño de los personajes triunfa sobre cualquier resabio conservador que manifiesta la historia.
Por María Paula Rios
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