Tengo algunas teorías científicas aplicadas al cine. Una de ellas dice que la calidad de las películas con Leonardo DiCaprio es inversamente proporcional a la cantidad de veces que el actor frunce el ceño en la pantalla: cuanto más lo frunce, peor es la película. Otra -que compartimos con mi compadre Matías Gelpi- indica que ninguna película que tenga a Amanda Seyfried en su reparto puede ser buena (salvo Chicas pesadas). Y con Adam Sandler tengo otra más: ninguna película en la que el actor tenga hijos biológicos es satisfactoria; con niños sólo funciona cuando los pibes no son suyos: tiene hijos prestados en Un papá genial y Una esposa de mentira, y está bien; tiene hijos biológicos en Click y Jack & Jill, y son pésimas. Luna de miel en familia, en la que aparecen tanto hijos propios como hijos prestados, no podía más que sumar complejidad a esta teoría totalmente seria que estoy poniendo a consideración del lector.
Si las “hijas” de Sandler en sus conflictos tiran un poco para atrás, los hijos de Barrymore aportan mucho para la comedia. Y esa mezcolanza -de la que habla el título original-, que se va trabajando progresivamente (es notable cómo la película va madurando su comicidad a fuego lento; arranca como temerosa de sus chistes para desmelenarse luego), es fundamental para que la película vaya logrando algo parecido a la felicidad bien avanzado el relato.
Otra cosa que viene a comprobar Luna de miel en familia -su reencuentro con la fundamental Drew Barrymore-, es que Son como niños 2 fue una especie de volver a empezar para el comediante, que había alcanzado una serie increíble de películas flojas y necesitaba recuperar territorio: y aquella comedia demente, sin centro narrativo ni argumentativo, devolvió la esperanza en el humor veloz de Sandler con una apuesta por el chiste constante, acertando y errando en múltiples oportunidades. Pero siempre intentándolo. En colaboración con el habitual Frank Coraci, Sandler vuelve a construir algo parecido a una película. Enhorabuena.
Luna de miel en familia parece una reescritura mejorada de la amable Una esposa de mentira -hay una historia de amor-odio, mechada con un viaje y con la necesaria obligación de caerle bien a los hijos del otro-, aunque ahora con un tiempo mejor para el humor (hay chistes veloces, diálogos inteligentes, humor físico efectivo, referencias pop estupendas, sexismo directo y sexismo burlado). Mucho de ese “tiempo” se debe a una concentración mayor al eje de la historia y no tanto a sus derivaciones: los chistes surgen ahí mismo, en la sucesión de situaciones que viven los protagonistas, y no tanto buscándolos como manotazos de ahogado en los márgenes de personajes secundarios poco homogéneos con el resto del relato (salvo ese coro africano que surge de la nada, pero resulta una invención feliz). Esa concentración la podemos observar en la escasez de amigos del actor que aparecen en el reparto, sustracción necesaria para validar el hecho de que Sandler (actor, productor, autor) se ha detenido más en el producto que en la peligrosa autoindulgencia en la que caen muchas veces los comediantes -y su cine-.
Y claro que sí, muchas de las bondades de la película se las debemos a la buena de Drew Barrymore. Allí donde se vuelve cursi, ella aporta su sensibilidad para hacer de esa cursilería algo soportable (el momento Over the rainbow); o cuando el humor de Sandler es decididamente machista, genera algo que vuelve la situación en contra poniendo en evidencia ese sexismo (el diálogo en el supermercado sobre tampones). Barrymore -algo que no podía lograr Jennifer Aniston en Una esposa de mentira- construye un personaje fuerte, si bien un poco reiterado dentro de su propia filmografía (la looser injusta) poco habitual para los estándares más testoterónicos del cine Sandler. La actriz pone en jaque lo fálico tirándose de cabeza ante cada barrabasada humorística de Luna de miel en familia, sin ponerse seria ni perder lo femenino de su mirada. Mirada capaz de repeler ex esposos estúpidos y confrontar verbalmente con un comediante de la talla de Sandler.
Que obviamente Luna de miel en familia es sensiblera, grosera y conservadora en el sentido que entiende a la familia como núcleo necesario, pero en el cariño a sus personajes y en la mirada de conjunto que ofrece (como siempre Sandler abre el juego para que se luzcan todos) aporta mucho más que cualquier comedia postmoderna, cínica y canchera que se crea estar por encima de la humanidad. Esas ganas de ser comedia popular que tiene Sandler, siempre. Acá acertó.