Era hora de que Adam Sandler deje sólo de hacer reír y apele a las emociones. Eso no quiere decir el golpe bajo, lo chabacano, sino al nervio: la familia ensamblada.
Luego de la olvidable Son como niños, el adultescente Jim (Sandler) encarna a un padre viudo a cargo de tres hijas (una de ellas llamada Espn, ja) quien busca reencausar su vida sentimental con una (fallida) cita a ciegas con Lauren (Drew Barrymore), su contracara: ella es rígida, obsesiva del orden y tiene dos hijos, con personalidades muy bien diferenciadas: un nerd y otro hiperquinético.
Jim y Lauren siguen con sus vacías vidas hasta que se cruzarán nuevamente, pero no en la ciudad. El acierto de Luna de miel en familia fue salir del ámbito urbano, recurso hiperexplotado, y aterrizar en tierras africanas con un resort de recreo para familias de todo tipo. Allí empieza otra película: los límites entre adultez y niñez, por momentos son difusos con un sinfín de actividades. Y los momentos románticos, brillan.
Cuando la diversión programada asfixia, la naturaleza da su mano en el filme, en un tono algo trillado, y aparecen personajes graciosos como el desmemoriado anfitrión (Mfana) o el divertido grupo Thathoo, una versión oompa loompas (vean Charlie y la fábrica de chocolate) que hacen un variado sketch según cada acción.
Frank Coraci (con quien Sandler trabajó en El aguador, La mejor de mis bodas y Click, perdiendo el control) reinventó a uno de sus actores fetiche y lo liberó del argumento jocoso para que coquetee con el drama (atención al fantasma de la madre ausente).
Luna de miel en familia no se atropella en gags desmedidos, cada uno cae y se decanta sin forzarse. Atención a la lúdica pareja Eddy (Kevin Nealon) y la pulposa Ginger (Jessica Lowe): años atrás podría haber sido Jim y Lauren, Pero no, los tiempos cambian.