Los condenaditos
A la salida de la función de prensa (en realidad, no fue de prensa ya que habían sido invitados al Cinemark Palermo decenas de adolescentes que, intuyo, integran el club de fans local de la saga vampírica), los críticos -sin demasiado ánimo para la discusión- nos consultábamos si esta segunda entrega de la franquicia nos había resultado "más" o "menos" entretenida (o aburrida) que la primera. "Un poco más", dijeron unos; "un poco menos", agregaron otros. Nos saludamos y nos fuimos silbando bajito. No teníamos más nada que decirnos.
Y tampoco -debemos admitirlo- tenemos mucho para escribir ¿A quién le interesa si esta segunda entrega no alcanza a conmovernos en lo más mínimo? ¿A los cientos de miles de incondicionales seguidores de la saga literaria/cinematográfica que la irán a ver una, tres o cinco veces como en una procesión religiosa? ¿A los millones que jamás irán a verla aunque alguien opine que es la mejor heredera de Bram Stoker? Diría, entonces, que (casi) a nadie. Pero, como somos profesionales y obstinados, dejaremos nuestro parecer para la posteridad (que en este caso será bien efímera).
La cosa es así: Bella (Kristen Stewart, la deliciosa protagonista de Adventureland, un verano memorable) cumple 18 años y, a pesar de su fobia a los festejos (entre muchas otras fobias que tiene), empieza a recibir regalos de todos, menos de su amado vampiro Edward (el carilindo, pálido e inexpresivo Robert Pattinson), que tiene... 109 años. Entre quienes sí le entregan un obseguio figura Jake (Taylor Lautner), un morocho de origen indio que también está enamorado de ella y que, según comprobaremos a los pocos minutos, es en realidad un hombre-lobo cazavampiros.
La lucha entre lobos y vampiros es uno de los ejes de esta segunda entrega. El otro, claro, es ese amor ¿imposible? entre Bella y Edward. El huye apelando a una mentira que ella se cree y, mientras Bella sufre pesadillas y ataques de angustia, encuentra consuelo en Jake, aunque en el fondo sigue obsesionada con el rubio (o sea, el triángulo amoroso más básico posible), que se le aparece en visiones a cada instante.
Entre apelaciones permanentes a Romeo y Julieta (la película intenta alcanzar sin suerte las cimas de la épica melodramática sobre amores condenados), el esperable despliegue de efectos visuales, imágenes en cámara lenta, torsos desnudos y miradas a cámara más propias de un comercial de desodorantes que del cine, y decenas de canciones que intentan tapar los baches dramáticos y narrativos (ver detalles de la banda sonora aquí), transcurren los extensos 130 minutos de un film que, como sus vampiros, parece siempre sediento de sangre y que, como sus protagonistas, nos deja con las ganas. Una amor pasional narrado con absoluta frialdad.
Dicho esto, pasaremos a cubrir desde mañana, los reportes sobre los cientos de millones de dólares que Luna Nueva recaudará en todo el mundo. Y, una vez más, los ejecutivos de marketing se reirán de lo que nosotros, los críticos, hayamos escrito. Como se dice: son las reglas del juego.