Decadencia de la patria chupasangre
Novio vampiro la deja y ella se enamora de hombre lobo. La posible placa de Crónica TV hubiera sido infinitamente más divertida que las dos horas diez de Luna nueva, nueva entrega de la saga Crepúsculo, que la película homónima inauguró (en cine) el año pasado. Lo que anuncia la placa es lo que sucede en este segundo episodio de la saga creada por la escribidora Stephenie Meyer, haciendo presumir que en las próximas entregas la heroína podría llegar a curtir con un zombie y un fantasma. No, perdón, curtir no: ya se sabe que hasta los piquitos se entregan con cuentagotas en esta saga exangüe. Saga ultrapuritana, a la medida de la religión mormona que practica Mrs. Meyer.
“Condenada a no apretar”, sería otra posible placa de Crónica, teniendo en cuenta el sudor y las lágrimas (sangre no, ya se sabe) que esos pocos piquitos le cuestan a la pobre Belle (Kristen Stewart), tironeada esta vez entre el vampiro Edward (Robert Pattinson) y el hombre lobo Jake (Taylor Lautner). Que es como decir, también, entre la melanco palidez new romantic de uno y los schwarzeneggerianos músculos del otro. En el momento más involuntariamente gracioso de una de las películas menos graciosas vistas en bastante tiempo, suena un teléfono justo en el momento en que los labios de Belle y Jake se hallan, finalmente, a unas pulgadas de distancia. Luna nueva es, como el resto de la saga, un canto a la represión y la abstinencia sexual. No sólo los vampiros vienen sin colmillos (lo cual es como una película cómica protagonizada por Santo Biasatti), sino que también se cuidan de dejarse arrastrar por el deseo, sabedores de que si lo hacen se convertirán en bestias sedientas de sangre.
Otro tanto sucede con los hombres-lobo-patovica, que para alegría de la afición adolescente andan por el bosque luciendo sus bíceps (cuando no se convierten en lobos digitales y mal articulados, claro). Las teenagers son, como se sabe, el target principal de este aséptico producto, en el que todo se dirime, como en la tele, a pura charla. Melodrama romántico con amantes condenados a no poder amarse (él, porque es vampiro; ella, porque no lo es; el otro, para no dejarla hecha un estropajo si se calienta demasiado), entre otras herejías a la mitología fantástica Luna nueva incluye una familia de vampiros (con papá vampiro, mamá vampira y su cría), oferta de matrimonio de un vampiro a una posible conversa... y hasta vampiros demócratas, que plebiscitan educadamente la incorporación de un nuevo miembro. En otras palabras, la corrección política arrasando uno de los últimos bastiones de rebeldía, el de la patria chupasangre.