Segundo capítulo de la saga “Crepúsculo”, romántica historia de vampiros para público adolescente. El film original, basado en el texto de Stephenie Meyer (72 millones de ejemplares vendidos en 39 países), recaudó 351 millones de dólares. La clave del éxito: el registro de un amor adolescente que no puede ser. Se conocen en el colegio secundario, se atraen, se desean, pero él, Edward, pertenece a una raza de vampiros. Si la besa y la muerde la perderá para siempre. Y no hay nada más atractivo que el amor imposible. Edward cuida y protege a Bella, pero no puede hacerla suya. Mientras tanto, a su alrededor crecen los riesgos y las acechanzas. Un hombre-lobo ingresa en el conflicto, y también una vampiresa vengativa y los Vulturi italianos, todas criaturas de cuidado. Edward pertenece a una familia de vampiros que ha sabido adaptarse a los tiempos que corren. Pueden mostrarse sin riesgo a la luz del día y se han impuesto no morder a los humanos. Se alimentan de animales. Edward y los suyos deciden abandonar el lugar para proteger a la muchacha, pero Bella se siente devastada por esa repentina ausencia. En ese estado de puro desconcierto traba relación con el seductor Jacob Black, sin sospechar el secreto que esconde. Con su ayuda, remodela una vieja motocicleta y se interna en aventuras cada vez más peligrosas. Como en el film anterior, la propuesta funciona. Esa mezcla de romanticismo y terror, de sexo no consumado, pasiones a punto de estallar y el juego atractivo e inquietante de amor y muerte, se potencia una vez más. Robert Pattinson se ha convertido en el James Dean del Siglo XXI.