Ninguna película debería ser impugnada por su ideología, pero lo de Nueva luna es insostenible porque al no funcionar como entretenimiento, es innegable que el ojo se va a posar sobre aquello que dice, sobre cómo mira el mundo.
Vampiro enamorado quiere poseer a una chica “normal”, pero no puede, se lo impide la moral (?). Hombre lobo enamorado quiere poseer a la misma chica “normal”, pero no puede, se lo impide el hecho de que si se llegara a enojar, le dejaría la cara con el relieve de una pasa de uva. Chica, enamorada del vampiro y del hombre lobo, quiere poseerlos a ambos pero no puede, se lo impide su histeria galopante. Es demasiado.
Se dice habitualmente que ninguna película puede ser impugnada por su ideología, pero lo de Nueva luna es insostenible. Porque al no funcionar como entretenimiento, es innegable que el ojo se va a posar sobre aquello que dice, sobre cómo se mira el mundo. Y en ese río de mensajes que fluye por debajo de vampiros, licántropos, sangres, razas y complicaciones sentimentales, brilla en la cima la idea del amor romántico y platónico; y lo carnal, las pulsiones sexuales, como lo impúdico, sensaciones a reprimir.
Luego del arranque de la saga con Crepúsculo, uno suponía que la presencia de Chris Weitz -de quien recordamos con mucho cariño su Un gran chico- podía darle nuevos bríos por el lado de la ironía. Nada que ver. Se nota que el texto de Stephenie Meyer es lo suficientemente exitoso como para conceder interpretaciones erróneas. La castidad a la que apela resulta ridícula, anticuada y bastante perversa: hay formas y formas, pero excitar continuamente a los protagonistas y a los espectadores (es un decir porque el “juego sexual” genera menos sensualidad que estar en una bicicletería), para luego recordarles lo conveniente de no sucumbir…. apesta.
Usted podrá decir que estamos sobreinterpretando. No sólo la iconografía de vampiros y hombres lobo está licuada (quien suscribe es impresionable, no resiste ni dos segundos una de zombies de Romero, pero esta la puede ver sin problemas) como para que sea apta para todo público, sino que además hay demasiados instantes de esos en los que un cartel rojo nos dice “no desearás”, porque sino la chica puede morir y el chico, matar. Se sabe, en este mundo coger es muy peligroso.
Y la fanática dirá que no, que no es así, que es una historia romántica, que las cosas van por otro lado, por la tragedia. Perfecto. Pero recuérdeme una película en la que la cama sea suplantada tantas veces con abrazos torpes, con besos a medias, con señales sobre lo peligroso del asunto, como cuando el patético Pattinson se le aparece a la heroína para recordarle lo que no debe hacer. Para peor, hay tan pocas ideas dando vueltas en esta historia que los 130 minutos que dura son una sucesión de diálogos repetidos:” te quiero”, “no puedo”,” no te quiero más”, “sufro”. El asunto es demasiado deliberado como para hacerse el distraído. Y no nos pongamos a hablar de la grasitud de las frases del estilo “sin vos no puedo respirar”. Arjona vampirizado.
Lo peor que propone Meyer para justificar el mundo injustificable que ha construido, es que tenga que recurrir a una serie de personajes histéricos, sin cuya indecisión e indefinición el asunto no funcionaría, o sí, funcionaría, pero para el lado de la aventura y la emoción. Algo que aquí es eliminado con recaudo hipertenso. Y lo que más llama la atención es que este producto funcione en determinado público. Me pregunto, ¿qué opinarían de sus padres estas chicas que suspiran por el vampiro o por el hombre lobo si aquellos les impusieran el mismo mensaje retrógrado y reaccionario cada sábado antes de salir? A veces uno queda asombrado preguntándose porque funcionan algunas cosas.