“LUNA, UNA FÁBULA SICILIANA”
Una fantástica fuga de lo inenarrable
Ignacio Andrés Amarillo
iamarillo@ellitoral.com
En 2011, Marco Mancassola publicó el libro de cuentos “Non saremo confusi per sempre” (“No estaremos confusos para siempre”), con el que se ganó el Premio Fiesole Narrativa Under 40 por retomar desde la fantasía los hechos más dramáticos de las noticias italianas. De uno de esos cuentos, “Un cavaliere bianco” (“Un caballero blanco”) se prendieron los realizadores Fabio Grassadonia y Antonio Piazza para su segundo largometraje conjunto.
De ese cruce entre fantasía y realidad sacan el combustible de la narración, que se desarrolla en una permanente fusión de registros. Esto le da a la película una serie de desplazamientos, raíz de unas tensiones que dejan al espectador en permanente incomodidad. El título en nuestro país habla de una fábula, pero el original, en inglés (algo peculiar, siendo una coproducción ítalo-franco-suiza) nos remite a una ghost story, una de esas arquetípicas historias de fantasmas como para contar en el bosque, con la linterna abajo del mentón, arrancando con “sabían que una vez un chico...”.
Desaparecido
Estamos en los ‘90, en una villa siciliana rodeada de bosques y colinas. Luna es una chica avispada pero sensible, que está terminando la escuela primaria, y “bebe los vientos” por Giuseppe, un muchacho con cara de bueno al que le gustan la naturaleza y la equitación. Se apoya en su amiga Loredana, porque su madre está en contra del acercamiento al chico: su padre está preso por mafioso.
La fascinación empieza a ser mutua, pasando de las cartitas con dibujos al primer beso. Pero la oscuridad se hace sentir en todo momento, y explota cuando Giuseppe es tomado como rehén para que a su padre no se le ocurra delatar a viejos compañeros: la historia se basa como dijimos en un caso real, el de Giuseppe Di Matteo, que no desarrollaremos aquí para no spoilear la trama.
En ese mundo donde la mafia es una parte del paisaje, como las colinas o las ruinas griegas (Sicilia era parte de la Magna Grecia, y sí, se captura la belleza de ese paisaje), Giuseppe desaparece y a nadie parece importarle. Primero es un banco vacío en la escuela, pero parece que todos tienen una idea al respecto. “Giuseppe no está. ¿Qué hiciste tú?”, dicen los volantes que reparte Luna, la única a la que parece importarle la ausencia.
La historia se abrirá entonces a dos puntas, y es allí donde la dimensión fantástica empezará a superponerse sobre el hecho concreto.
Cruces y pasajes
Hablamos de incomodidad, aunque quizás uno de los mensajes de la cinta es que nada más incomodo que la realidad más cruda. La verdadera tragedia de nuestro tiempo es cotidiana, banal, carente de épica. Pero es traumática, y el trauma es insoportable: para los protagonistas pero también para el cine, parecen decir Grassadonia y Piazza. ¿Cuáles son las “técnicas” que nos permiten evadirnos del trauma?
Diría David Lynch (el de “Mullholland Drive” o “Carretera perdida”): en principio, la “fuga psicogénica”: un escape a la ensoñación, la fantasía o la locura ante una realidad inaceptable. Desde otro lugar, Guillermo del Toro (desde obras como “El espinazo del diablo” o “El laberinto del fauno”) aportaría: la salida narrativa es el cruce fantástico con correlato y efectos en el “mundo real”.
En ambas fuentes, beben los directores y guionistas, en el cruce artístico del que estábamos hablando. De Lynch toman la recurrencia de lugares retenidos en el recuerdo: el interior del bosque, la linde de este, el embarcadero. También el forzamiento de la suspensión de la incredulidad (como en el clímax de la historia, en una carrera que pasa por esos lugares) y el recurso de poner elementos del cine de terror donde parecería que no van: la forma opresiva de filmar el bosque (alguno pensará en “La bruja”), la mirada subjetiva externa (¿quién mira?), la aparición que se mueve entre los árboles, la nota pedal en la banda sonora, que genera una tensión en el espectador.
De Del Toro toman la preadolescencia (ese momento en que los niños perderían la conexión con lo sobrenatural, antes de volverse definitivamente adultos), el ser de conexión entre los dos mundos (la libélula en “El laberinto del fauno”, aquí el búho, que aparece desde el principio junto a otro elemento clave, el agua) y la acción misteriosa que permite resolver la historia con los diferentes “pasajes” para los protagonistas.
Tampoco se descuida ese lado, el de los ritos de pasaje: Luna está dejando atrás la infancia, y hay una faceta de coming-of-age: la rebeldía ante los padres y los primeros escarceos amorosos, uno relacionado con el otro. Los momentos de ternura y el estallido rockero con Smashing Pumpkins (una marca de época) nos dan algún respiro. Porque también está el lado oscuro, más allá del artificio, la tragedia banal y cotidiana nos son mostrados con pocos (y dramáticos) elipsis y fuera de campo.
Hallazgos
El director de casting, Maurilio Mangano, hizo la hazaña de hallar a los jóvenes protagonistas, debutantes en las lides cinematográficas: Julia Jedlikowska y el hispano Gaetano Fernández, palermitanos a pesar de sus apellidos. Jedlikowska (descubierta en su escuela y la última que consiguieron) soporta todo el peso dramático como Luna: el amor, la furia, la tristeza, la esperanza, le pertenecen, con un rostro que sostiene los primeros planos y se hace querer por la cámara. Fernández se hace cargo de la doble presencia de su personaje, como el muchacho bonachón y como el prisionero estoico.
Entre los secundarios se destaca otra jovencita, Corinne Musallari como Loredana, único sostén espiritual y en la acción de Luna: la hija del quesero que se volvió dura con un padre manolarga y varios hermanos varones. La suiza Sabine Timoteo encarna una madre de la protagonista desesperante, sinuosa en sus modos, que apenas deja entrever un costado humano.
Filippo Luna le pone el cuerpo al mafioso encargado de la mayor parte de la operación, mientras que Vincenzo Amato se hace cargo del padre de la niña, un hombre bueno pero débil de carácter.
Tres jóvenes más debutaron en el filme, con fugaces apariciones: Federico Finocchiaro (Calogero, un noviecito de Loredana), Andrea Falzone (Nino, su primo medio personaje) y Lorenzo Curcio (Mariano, el compañero de curso cruel pero por inmaduro).
Con esos rostros y cuerpos los directores esbozan una tragedia que, finalmente, puede tener alguna épica, o al menos darle un sentido a lo inenarrable.
“Luna, una fábula siciliana”
“Sicilian Ghost Story” (Italia-Fracia-Suiza, 2017). Guión y dirección: Fabio Grassadonia y Antonio Piazza, sobre el cuento “Un cavaliere bianco” de Marco Mancassola. Fotografía: Luca Bigazzi. Música: Anton Spielman y Soap&Skin. Edición: Cristiano Travaglioli. Diseño de producción: Marco Dentici. Elenco: Julia Jedlikowska, Gaetano Fernández, Corinne Musallari, Vincenzo Amato, Sabine Timoteo, Filippo Luna, Lorenzo Curcio, Andrea Falzone, Federico Finocchiaro, Antonio Prester, entre otros. Duración: 126 minutos. Apta para mayores de 16 años. Se exhibe en Cine América.