Una birome y una hoja
Una birome y una hoja en blanco alcanzan para modificar la percepción de la realidad y mucho más si de romper la inercia del encierro de una cárcel se trata para liberarse y hacer de esa reja una chance más que un freno. Esa parece ser una de las consignas invisibles que motorizan este taller de poesía en la Unidad 31 del penal de Ezeiza y que forman parte del marco de Lunas cautivas, documental de la realizadora Marcia Paradiso, ganador del Premio Mejor Documental Nacional en el 14º Festival Internacional de Cine de Derechos Humanos, entre otras distinciones.
La puesta en escena intenta por un lado reflejar el contacto intimista de la cámara con las protagonistas, focalizadas en tres poetas, Liliana, Lidia y Majo, durante su proceso de transformación a partir de la palabra y de la poesía dentro del penal para afrontar la inminente liberación en el caso de algunas internas y los contrastes que implican vivir en una cárcel y salir transitoriamente para luego regresar. Para muchos el encierro es una palabra pero para ellas fue y es una realidad.
El énfasis puesto en el aquí y ahora de cada de una de ellas opera como puente con un pasado ligado a los recuerdos y a lo que en algún momento fueron, donde el vínculo con familias, ruidos, fotos o imágenes son lo suficientemente poderosos para que la palabra viaje, evoque, confronte, llore o anhele. Todo eso teñido de absoluta verdad, franqueza como la que se encuentra en esos textos y cierto orgullo por atreverse a romper los prejuicios de la estigmatización y no aferrarse a los errores cometidos en algún momento.
El equilibrio entre las historias de vida que llega por fragmentos, sin afincarse en prontuarios o causas judiciales, y los textos poéticos que fluyen en cada encuentro y desde la reflexión sobre la propia poesía o la ajena son la mayor virtud de Lunas cautivas, que además nos acerca a la temática carcelaria con un enfoque distinto al habitual y aporta otra mirada sobre un tópico universal, que si bien ha formado parte del documental de observación desde diversos aspectos, por lo general estuvo siempre concentrado en el mundo masculino.
Por otra parte y más allá de los elementos catárticos aportados por esta actividad coordinada por María Medrano y Claudia Prado – el equipo de rodaje estuvo presente durante un año en el registro de los talleres- es importante rescatar el valor de la poesía como herramienta liberadora ante el encierro mental cuando las barreras del prejuicio social parecen más sólidas que las frías y anónimas del mismísimo penal.