La comedia negra escrita y dirigida por Martín Salinas -quien ya se había adentrado en este terreno con Ni un hombre más- va al grano desde la primera secuencia para ilustrar el efecto dominó que atraviesa su historia. El presidente de los Estados Unidos, un símil Donald Trump, comunica a través de sus redes sociales que no prolongará sus acuerdos económicos con China, motivado por la necesidad de disrupción más que por la búsqueda de cambios concretos.
Los tuits, mitad sardónicos, mitad ignorantes, generan una indetenible crisis mundial que se nos muestra a través de un montaje acelerado á la No miren arriba. Luego, Salinas abandona las explicaciones narrativas para enfocarse en las consecuencias micro de esa acción primigenia, y para ello elige tres puntos geográficos en los que plantarse: Ciudad de México, Buenos Aires y Uruguay.
A través de un relato coral, percibimos cómo ese capricho del jefe de Estado impacta directamente en la vida cotidiana de invididuos que se enferman por el contexto en el que trabajan, las farmacéuticas se ven afectadas y las problemáticas de salud mental son resignadas a uno de los últimos eslabones de la cadena, y los medios de comunicación buscan su tajada a través de un approach sensacionalista. Al tratarse de un relato polifónico, la estructura de Lunáticos a veces tambalea, y no siempre logra la homogeneidad buscada.
Las secuencias ambientadas en Buenos Aires, con situaciones reminiscentes a las de Relatos salvajes, son las más logradas, sobre todo cuando Salinas pone de fondo una placa casi imperceptible en la que van pasando los años en los que la Argentina entró en crisis. Si bien todo está encapsulado desde el humor (el realizador se propone encontrarles una veta cómica a hechos opresivos), esos momentos tan reconocibles dejan un sabor amargo que no hacen más que incentivar un necesario debate posterior, función clave de la sátira que este film toma como bandera.