Pequeño (así lo llamaban) es negro, pobre, gay, semi huérfano (padre ausente y madre drogona y perdida). Vive, es un decir, en los arrabales ruinosos de Miami. Su vida es un constante padecer. El film se abre cuando una bandita de compañeros de escuela lo persigue para darle una paliza. Algo de todos los días. Bullyng, golpes, humillaciones varias rodean una infancia absolutamente desamparada. El film lo retrata en tres tiempos: como niño, como adolescente y como adulto. Siempre víctima. La adolescencia le depara alguna tregua porque al menos le dan la posibilidad de definir su sexualidad. Y en la adultez lo vemos caer en ese submundo que alguna vez odió, como para decirnos que lo que mal empieza, mal acaba.
Film monocorde y manipulador, que no conmueve, siempre exagerado (el narco protector es el traficante más bueno del mundo), con personajes estereotipados, con muchos lugares comunes y el menguante logro de querer aportar una mirada lírica entre tanta sordidez. Cuenta la trayectoria de un luchador al que nada lo doblega y que se “salva” cayendo en el infierno de las drogas. Un destino casi prefijado lo condena a vivir en un escenario recargado de soledad y pesares. Una película sobria, melancólica, dura y muy sufrida. El nene golpeado se pasó la vida buscando afectos. Al final, en los brazos de su amigo, encontrará sino el amor al menos algo de esperanza.