Es una película sobre el dolor, mostrado de tal manera que se hunde en el espectador, pero también conmueve con las mejores armas de la empatía, sin golpes bajos, con un lirismo que llega, por capas, al mejor entendimiento. Básicamente es la historia de un niño negro que vive en un barrio pobre, con una madre adicta y sufre la persecución, el bullyng, de sus compañeros. Una situación que se agrava en su adolescencia donde toma conciencia de su sexualidad y lo oculta en el mayor de los secretos, luego llegara el estallido de violencia y por fin la adultez, su cuerpo transformado, es un vendedor de drogas como su protector, pero con sus llagas intactas hasta la posibilidad de una redención. Pero la película dirigida y co-escrita por Barry Jenkins basada en la obra de Tarell McCraney va mucho más allá de estos temas tan terribles, de ese camino de profundo sufrimiento, del desamor, de la desesperación, de pocos destinos que cumplir. Crea climas, texturas, momentos únicos, algunos tan sensibles que incomodan al espectador, y además es técnicamente muy lograda. La película tiene tres capítulos, interpretados por distintos actores, que ni se parecen, pero que logran tal sintonía con el personaje que uno puede creerles de inmediato. Con ocho nominaciones para los Oscar 2017, dos grandes actores Mahershala Ali y Naomi Harris, el director, la película, el guión, la fotografía, el montaje y la banda sonora, además de un recorrido de premios impresionante, el film llega precedido de elogios merecidos. Con un lirismo único hecho de situaciones delicadas y puro sentimiento, su contenido perdurará hondamente en cada espectador, mucho después de terminada su visión.