Tras recibir ocho nominaciones a los premios Oscar, llega esta película acerca de la complicada vida de un joven afroamericano de un barrio pobre de Florida quien no encaja dentro de los parámetros establecidos en su comunidad. Mahershala Ali, Naomie Harris y André Holland –junto a los tres actores que encarnan al protagonista en distintas edades– protagonizan esta dolorosa, melancólica y poética historia de crecimiento.
Desde el momento en que comenzó la campaña #OscarSoWhite criticando la ausencia de afroamericanos en los premios de la Academia de Hollywood que la prensa norteamericana no ha cesado en su esfuerzo por destacar y remarcar cada película hecha por un director negro con la intención de que sea tomada en cuenta en los próxima entrega. Comenzó con THE BIRTH OF A NATION, en Sundance, que fue comprada por millones de dólares y alabada hasta el cansancio. Seis meses después, antes de su estreno comercial, salió a la luz que su director había sido acusado, juzgado (y exonerado) por violar a una chica en la universidad y, de golpe, la película dejó de ser tan genial para esa misma prensa que la había elogiado. Finalmente fue un fracaso de taquilla, no recibió ninguna nominación al Oscar y pocos hoy se acuerdan de ella.
El caso THE BIRTH OF A NATION –una película definitivamente menor– da para analizarlo más en profundidad en otra ocasión, pero aquí sirve como contexto: para la misma época en que esa película se caía del mapa porque su director ya no era “defendible” como causa noble aparece en Toronto MOONLIGHT, que tiene todos los pergaminos para ser su reemplazante: película sobre la comunidad negra pero poética y sensible, sobre un joven gay, hecha por el director de la muy buena MEDICINE FOR MELANCHOLY. Otra vez, la crítica explotó de algarabía: aquí la película que tiene que ganar el Oscar. Solo falta entrar a alguna página como Metacritic para ver las alabanzas que la película tiene desde entonces, alabanzas que suenan más a campaña que a otra cosa.
Esas excesivas loas no le sientan bien a MOONLIGHT, rebautizada para su estreno local como LUZ DE LUNA. Es una película, sí, que apuesta a mostrar el lado sensible y emocional de la cultura masculina negra, algo que no usualmente se ve en el cine y, aparentemente, tampoco en la vida real. Es cierto que hay una fuerte impronta en la cultura negra de clase baja que tiene que ver con sobrevalorar la masculinidad, la virilidad y la fuerza, por lo que una película sobre un chico que es, en principio, todo lo contrario llama la atención, más sobre uno al que golpean y maltratan en la escuela, jamás se defiende, casi no habla y llora casi todo el tiempo.
Su nombre es Chiron. Vive en un barrio pobre de Miami con su madre (la nominada al Oscar Naomie Harris), que es una enfermera muy ocupada hasta que empieza a caer en el consumo de crack. El chico empieza a pasar cada vez más tiempo en la casa de Juan (Mahershala Ali, el Remy Danton de HOUSE OF CARDS, también nominado al Oscar y el candidato más firme en su categoría actor de reparto), el mismo dealer que le vende a su madre. El hombre se convierte en una figura paterna para él, ya que fuera de su actitud pública de capo de la cuadra resulta ser un tipo amable y sensible que lo cuida y trata de ayudarlo a defenderse, aunque resulta muy dificil sacar al chico de su encierro.
La película salta a la adolescencia de Chiron: su madre ya parece irrecuperable, la situación con su amigo drug dealer ya no puede ser la misma y en la escuela el chico la pasa muy mal. Tiene solo un amigo pero ese amigo debe disimular y hasta negar serlo ante los demás, los clásicos bullies de secundaria. Pero entre ellos hay una conexión que los lleva a tener un acercamiento sexual. Pero no se lo pueden permitir ni admitir por lo que es mejor hacer silencio. La segunda parte termina con una situación traumática y en la tercera nos reencontramos con ambos ya adultos y con sus vidas (especialmente la de Chiron) muy cambiadas. Ese reencuentro será el centro y la clave de la película.
LUZ DE LUNA está filmada en un registro poético caro a ciertos cineastas jóvenes norteamericanos, herencia del cine de Terrence Malick y cierto “estilo Sundance” (Jenkins, de hecho, cita mucho a Wong Kar-wai, como inspiración visual). La cámara se mueve permanentemente, la fotografía está a la caza de la mágica luz del anochecer y el lugar físico cobra una importancia enorme. Pero lo central es el opaco protagonista y cómo trata de lidiar con una personalidad (y, potencialmente, una sexualidad) que no es acorde a lo que se espera de él mientras crece. La película logra no caer en el melodrama excesivo de filmes como PRECIOUS (aunque por momentos queda cerca) pero tampoco logra reemplazarla por otra cosa, cayendo muchas veces en situaciones previsibles, solo que dramáticamente asordinadas e inusualmente pacatas.
Lo más interesante de LUZ DE LUNA es su idea de las máscaras, de cómo para sobrevivir en una cultura hace falta vestir las ropas al uso, comportarse de la manera obligada y ocultar para la privacidad todo tipo de fragilidad, inseguridad o miedos, especialmente los ligados a la sexualidad. El “closet” de Chiron no solo tiene que ver con ser o no gay sino con ser o no él mismo, admitirse y ser admitido socialmente como tal, al punto de que no lo queda otra que adoptar las formas que le exigen hasta tornarse irreconocible, al menos exteriormente. La película logra convencernos que esto es así, al menos en ese ambiente, pero hemos visto en otros lados (en la serie ATLANTA, por ejemplo) que hay otras formas de evitar ese choque cultural. El mundo de LUZ DE LUNA parece no tener lugar para los grises. Ni para el humor: la película es de una gravedad que por momentos agobia.
LUZ DE LUNA es una película con algunos grandes momentos, otros muy buenos y unos cuántos endebles. Y no le hace nada bien ser hoy el centro de atención de una crítica mayoritariamente blanca y culposa que la necesita como bandera (y más ahora en tiempos de Trump), crítica que encontró acá una especie de titular políticamente correcto. Es un filme melancólico, triste, poético y por momentos bello acerca de la dificultad de crecer sabiéndose diferente a los demás y no poder hacer nada para evitar las humillaciones del caso. Son emociones universales y no específicas. Jenkins no descubre nada nuevo aquí. Solo pone la mirada en una cultura que prefiere no hablar de eso.