Una luz que te ilumina
Luz de luna (2016), en la Competencia Internacional del 31 Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, transita un relato pleno en emociones; construido con honestidad brutal pero sin subrayados.
A partir de una pieza teatral escrita por Tarel McCraney, el realizador Barry Jenkins (responsable de Medicine for Melancholy, película que compitió en Mar del Plata hace ocho años) realizó un film que en otras manos hubiera podido significar un dramón de trazo grueso. Tanto McCraney como él vivieron a pocas cuadras de distancia y asistieron a la misma escuela, y sus respectivas madres fueron drogadictas. Curiosamente, según sostiene Jenkins en el catálogo del Festival, nunca se conocieron. Esas experiencias de vida son transmitidas en la obra y en la película. El resultado es subyugante.
Luz de luna explora el microcosmos de un Estados Unidos negro (casi no se ven personas blancas en toda la película), sumido en la violencia y en el contacto diario con las drogas. También se mete en el mundo del bullying, la vinculación con la identidad homosexual, y la imposibilidad (o no) de forjar un destino que supere esa dura cotidianidad. Si la película aborda todos esos temas sin caer en el reduccionismo, es porque se concentra en el territorio emocional. Dividida a tres partes, cada una de ellas se focaliza en distintas etapas de la vida de Chiron, hijo de una madre soltera adicta que sufre de las burlas de varios compañeros violentos. “Maricón”, suelen decirle. Escapando de ellos llega a una casa abandonada en donde es encontrado por un dealer que, de alguna forma, ocupará un rol paterno hasta aquel momento ausente.
Jenkins no sólo demuestra tener una sensibilidad descomunal para abordar el drama interno del personaje principal (que, por otra parte, se caracteriza por hablar poco y nada); también conduce con solvencia a sus actores. Para el tipo de material con el que trabaja, la forma de graficar la violencia es “medida”, pero no por eso menos contundente. Por otra parte, la fotografía de su película cumple un rol esencial; trabaja con las tonalidades y el fuera de foco de una forma magistral, y evidencia una notable funcionalidad para retratar la curva emocional de los personajes. No sería inexacto equiparar la función de la luz y el encuadre de este film con el de Con ánimo de amar (2000, Wong Kar-wai), otra radiografía emocional del dolor, la memoria, y –claro- el amor.
Con este segundo largometraje, Jenkins se consolida como un realizador a tener en cuenta. Luz de luna demuestra tener una solidez y una identidad sobresaliente en el actual panorama cinematográfico de su país. Habrá, entonces, que seguirle los pasos.