Es una película sólo interpretada por actores afroamericanos, donde el protagonista central es apocado y gay, donde el espectador asiste a tres instancias de su vida y cada una es traumática. La película tiene ocho nominaciones al Oscar. ¿Es otro desafío de Hollywood a Donald Trump, justicia pura o ambas? Ambas, seguramente. Porque Luz de luna es una de las más poéticas aproximaciones a la dura realidad de ser un outcast en la América contemporánea. Y porque su llegada coincide con la emergencia de una idea, encarnada en alguien (un presidente, ni más ni menos), acerca del peligro de ser distinto.
Chiron tiene la mala suerte de ser distinto a los demás. Criado por una madre adicta y desamorada, su poca estima es olfateada por la manada desde pequeño, y se lo persigue como a un patito feo que causa diversión a los demás. Juan, un adulto, dealer de este barrio marginal de Miami (dealer de la propia madre de Chiron), adopta al chico como un padre postizo; no le enseña a defenderse físicamente: le enseña la poesía, el placer de las palabras y el de flotar en el mar.
En la segunda instancia Chiron es un adolescente que recibe el bullying de sus compañeros de clase, en particular de uno con rastas y apodado Little. A poco de tener su primera aproximación sexual con Kevin, su único amigo, Chiron tropezará con lo inverso, la experiencia traumática. Como si olfateara que algo bueno le ocurre a la víctima, Little, que con su mera toxicidad manipula al entorno, presiona a Kevin para golpear repetidas veces a Chiron, en uno de los momentos más tensos de la película. Pero luego Chiron reacciona, descubre su violencia interna, y años más tarde lo vemos en su tercera instancia, convertido en una suerte de gangsta de luxe, con dientes de plata y un cuerpo completamente transformado, trabajado en el gimnasio, medianamente acaudalado y dueño de su propio negocio paralelo.
Una noche recibe el llamado telefónica de Kevin, a quien no ve desde su exilio en Atlanta. Kevin es ahora un cocinero que ama su trabajo y Chiron regresa en auto a Miami para un reencuentro en el restaurante que emplea a su amigo. La escena es digna de Carver. Al verlo, lo primero que Kevin le dice es: “ya no sos el chico delgaducho pero hay algo que no cambió; seguís diciendo dos o tres palabras”, a lo cual Chiron baja la cabeza, ruborizado en su cuerpo de superhéroe.
En este segmento nocturno se condensa todo el encanto de la película. Todas las pequeñas lecciones de Juan reaparecen en los breves instantes que apreciamos de Chiron y Kevin juntos. La brevedad expresiva de Chiron sobreabunda en sentimientos e irradia cada una de las escenas carverianas. Uno hubiera deseado que la película se explayara más en esta tercera parte, que hubiera gozado de mayor duración. Pero era necesario todo el calvario previo para "Luz de luna" alcance este momento sublime. Como una "Boyhood" de personajes marginales, al tiempo que terriblemente reales, con su segundo largometraje en ocho años el director Barry Jenkins consiguió una obra maestra del cine contemporáneo.