“¿Quiénes somos?” y “¿Cómo llegamos a ser lo que somos?” son dos de los interrogantes centrales que atraviesan de cabo a rabo la nueva propuesta del guionista y director Barry Jenkins. En ese sentido, puede considerarse a Moonlight como un ensayo íntimo y realista sobre la identidad, que problematiza de modo inteligente la influencia del entorno social en el desarrollo de una persona y la definición de su personalidad.
Lejos de la grandilocuencia, Jenkins apuesta al relato minimalista para abordar esta compleja temática. Basada en una historia de Tarell McCraney -y nominada a ocho premios Oscar-, la película narra la vida de Chiron, un joven afroamericano y homosexual que habita en una zona pobre y marginal de Miami. De personalidad introvertida, con una madre drogadicta y una figura paterna ausente (que sólo es cubierta por Juan, un narcotraficante “bondadoso” que lo cría a medias), Chiron crece entre tormentos familiares y maltratos escolares, completamente falto de amor y contención, en un contexto de inestabilidad emocional abrumador.
Su único cable a tierra es Kevin, un amigo del colegio que lo marcará de por vida. En tanto, la relación que mantiene con Juan y su esposa Teresa es más compleja pues, si bien éstos le ofrecen un escape a la violencia hogareña que vive diariamente, Chiron también los culpa porque son ellos mismos los que le venden droga a su madre.
El relato se estructura en tres capítulos: ”Little”, “Chiron” y “Black”, los cuales se corresponden respectivamente con momentos claves en la infancia, adolescencia y adultez de nuestro protagonista. En cada etapa, y de modo casi omnipresente, Jenkins retrata la búsqueda desesperada de Chiron por encajar en un mundo que lo rechaza sistemáticamente y que muchas veces lo fuerza a ser algo que no es. Con semejante crisis identitaria a cuestas, Chiron pasará de la incomprensión a la culpa, de la pasividad a la reacción y de la represión a la aceptación.
La solidez de Moonlight como producto cinematográfico se asienta sobre muchos pilares, pero sin dudas uno de los más importantes es el actoral. En efecto, no es fácil lograr que tres artistas distintos interpreten de modo convincente y verosímil a un mismo personaje. En ese sentido, los tres actores que le dan vida a Chiron (Trevante Rhodes, Ashton Sanders y Alex R. Hibbert) logran complementarse a la perfección, componiendo un personaje frágil y vulnerable que, además, se enriquece con los matices que le aporta cada uno. El mismo elogio le cabe a Mahershala Ali (quien compone al conflictuado y contradictorio Juan) y a Naomie Harris (la adicta madre de Chiron), ambos nominados en los Oscar a mejor actor y actriz de reparto.
Las deslumbrantes actuaciones se nutren también del indudable talento de Jenkins para reconstruir la marginalidad en la que crece Chiron, un barrio olvidado de clases bajas en donde el horizonte de posibilidades es limitado y las oportunidades, escasas. El realismo estético que le imprime Jenkins a la historia y la cercanía emocional que logra con el espectador es tan potente que sólo se compara con la sutileza y sensibilidad con la que describe el despertar sexual de su protagonista. Justamente, lo extraordinario de Moonlight es que ejecuta su abordaje narrativo evitando reduccionismos facilistas y eslóganes rimbombantes, afrontando la complejidad de la temática que toca sin caer en golpes bajos o efectismos lacrimógenos.
Aún con un final que no cierra demasiado en términos narrativos, es innegable su capacidad para conmover a cada instante. En definitiva, Moonlight es una historia que aborda la marginalidad y la discriminación de un chico pobre de Miami, pero fundamentalmente es una historia sobre la aceptación de lo que somos, la búsqueda humana de ser en sociedad y las fachadas que muchas veces construimos para conciliar lo que somos frente a lo que la sociedad espera que seamos.