Muy elogiada por la crítica estadounidense, y con un tema especialmente delicado en ese país como es -al igual que en Talentos ocultos- la cuestión racial, Luz de luna es la historia de Chiron desde su infancia hasta su adultez. Un niño que crece con una madre adicta y enemigos en el colegio, que lo rechazan por su tímida homosexualidad. Un niño que crece en un lugar donde nada que no sea convertirse en dealer o delincuente, si no muere en el camino, parece posible. Dividida en tres capítulos, tres etapas de esa vida, Luz de luna tiene un tono seco, minimalista, y construye su retrato con una serie de escenas en las que sobran las palabras, como un espejo de su personaje, al que le cuesta expresarse. Son entonces algunos gestos, miradas, silencios o brotes de violencia los que puntúan esta crónica de crecimiento. La puesta recuerda a cierto cine independiente norteamericano, con secuencias en las que aparentemente no pasa nada y se dice menos, y la tremenda melancolía de lo que se muestra aparece clara y pura, sin necesidad de explicaciones, música, ayudas. Así, desde el lado de un personaje que no se esfuerza por comprarnos con simpatía o carisma, Luz de luna cuenta cómo es hacerse hombre cuando todo está en contra. Pinta esa proeza, con semejante valentía y ausencia de demagogia, y pintarás este mundo.