Es temporada de Oscars y como todos estos últimos años la diversidad cultural aparece en las nominaciones, a veces con esa leve sospecha de compromiso como sucedió con películas como Preciosa (2009), y otras para premiar ese tipo de dramas como 12 años de esclavitud (2013) que proclaman su importancia en cada escena, cada imagen. Moonlight está nominada a varios Oscar (Mejor película, Mejor director, Mejor actriz y actor secundarios y Mejor fotografía, entre otros) y si disuena en esta pequeña lista improvisada de películas protagonizadas por negrxs y que retratan experiencias específicas de esa comunidad, es porque se desvía una por una de las expectativas que la historia y sus temas podrían plantear. Protagonizada exclusivamente por negrxs y ambientada en Miami, la película retrata tres momentos en el crecimiento de un chico llamado Chiron -que desde muy temprano se pregunta si es gay-, pero apenas se ocupa de pensar la negritud y la homosexualidad. Y cuando lo hace es con un poco de poesía y otro poco de máxima simpleza: “Somos millones de negros, y nosotros estuvimos antes en el mundo”, le dirá al protagonista un personaje que funciona a modo de padre. Y también le dirá, cuando el nene le pregunte “¿Soy un marica?”, que en todo caso puede ser gay pero marica es la palabra que inventaron para hacer sentir mal a la gente que es gay.
Eso es todo. Y lo demás en Moonlight es puro cine, un lenta construcción a través de imágenes y miradas que tiene como centro a Chiron y su incómodo estar en el mundo. Moonlight está dividida en tres partes que se corresponden más o menos con la preadolescencia, la adolescencia y la adultez de Chiron. Cada una de las partes, a su vez, recibe el nombre de los nombres sucesivos con que se va nombrando el chico: Little, Chiron y Black. Tironeado entre los compañeros de la escuela que lo persiguen y la convivencia extraña con una madre adicta que solo de vez en cuando saca la cabeza del agua para hacer de madre, Chiron encuentra sus momentos de reposo en jugar a la pelota con sus pares o en pasar tiempo con Juan, un dealer al que conoce por casualidad y pronto se convierte en una especie de padre por elección, un remanso de comprensión y tranquilidad que es casi extraterrestre.
Más que narrarlas, Moonlight muestra con belleza esas relaciones de Chiron, cuando flota en el mar junto al cuerpo fuerte y firme de Juan, cuando se trenza en un abrazo-pelea con un amigo, que lo deja satisfecho y asombrado, o cuando participa con los compañeros del colegio en una ronda de mostrarse los pitos, siempre registrando con cierta distancia y como al pasar esos instantes de verdad que no ocupan el centro de la escena. La película incluso logra sortear con bastante dignidad sus momentos más efectistas, donde el drama de Chiron maltratado por la madre se trata de enfatizar con ralentis y una música cargada de solemnidad. Y a su manera extraña, indirecta, se convierte en una película romántica sin romance, erótica (casi) sin sexo, intensa sin que una pueda poner el dedo y decir exactamente en qué momento se produjo la alquimia que convirtió a Chiron en el centro de un mundo rudo que sin embargo tiembla de fragilidad.
Porque al Chiron adulto -que se parece en todo a Juan, el hombre que le acompañó el crecimiento, salvo por una expresión en la cara que parece esconder detrás de mucha timidez una desesperación profunda y antigua- no le pasaron cosas tan grandes ni tan dramáticas salvo quizás lo peor que puede pasarle a cualquiera de nosotrxs, que es no encontrar cómo ser. Algo que Moonlight pone de manifiesto en una secuencia final hermosísima y sutil, cargada de romance mudo y también de algo tan básico y puro como ese poco de bondad -la de alguien que pueda verlo bajo otra luz, como sugiera el título- que Chiron siempre parece haber, más que buscado, recibido desde chico como algo rarísimo, lunar. Como una joya.