Un film experimental, pero fascinante
Luz silenciosa, del mexicano Carlos Reygadas, es una historia de amor en una cerrada comunidad menonita
El director de Japón y Batalla en el cielo conmovió hace tres años al circuito de salas de arte y de festivales (fue premiado en la competencia oficial de Cannes, Chicago, La Habana, Huelva y Río de Janeiro) con este triángulo pasional ambientado en el seno de una conservadora comunidad menonita de Chihuahua, en el norte de México.
Considerada la mejor película latinoamericana de 2007 por la crítica internacional, se trata de un film con unas búsquedas narrativas (sobrepasa las dos horas) y estéticas (con citas y homenajes a Dreyer, Bergman, Bresson y Tarkovsky) tan ambiciosas que está en condiciones de subyugar a los cinéfilos más curtidos, pero también de indignar a cierto espectador desprevenido y no habituado a propuestas más exigentes y experimentales.
En una línea bastante diferente (menos escabrosa) de la de Japón y Batalla en el cielo (aunque con el mismo e incluso mayor virtuosismo formal), el director mexicano cuenta una trágica y torturada historia de amor en medio de un grupo protestante que vive en la actualidad casi aislado del mundo: mantiene una rígida estructura de códigos, normas y convenciones importada de la Europa del siglo XVI y sigue hablando en plautdietsch, dialecto arcaico de raíces germanas y flamencas que le confiere a la película una sensación de atemporalidad y un toque pintoresco.
Reygadas hace gala de un enorme cuidado por el sonido y la imagen (cada plano está diseñado con absoluta conciencia, con afán pictórico y con una belleza casi embriagadora) a la hora de describir las vivencias de Johan, un hombre casado y con siete hijos que mantiene una larga y pasional relación con Marianne, otra mujer de la comunidad (para desesperación de su esposa, Esther), mientras intenta conseguir el apoyo de sus amigos y de su padre, pastor de la congregación.
Ensayo sobre los alcances (y limitaciones) de la fe, el amor, la culpa y la represión, Luz silenciosa tiene algunos puntos en común con la recordada Testigo en peligro , de Peter Weir, y con la reciente La cinta blanca , de Michael Haneke, pero con una puesta en escena mucho más austera y contemplativa, en la que se lucen también los actores, todos ellos no profesionales.
La película puede abrumar por momentos y en ciertos pasajes cae en un preciosismo que está al borde del exhibicionismo y del regodeo, pero Reygadas tiene tanto talento y vuelo artístico que finalmente se le terminan perdonando incluso sus excesos. Así, aun con los reparos apuntados, Luz silenciosa resulta una experiencia única, fascinante, bella y trascendente.