Y llegará la paz...
Bellísimo y conmovedor filme de Carlos Reygadas.
Mezcla de paraíso y cárcel sobre la tierra, el universo que habitan los personajes de Luz silenciosa es hermoso y aterrador a la vez. En medio del campo, en algún lugar remoto de México, donde las puestas del sol pueden observarse como si fueran manifestaciones de la existencia de algún ser superior, un hombre cree descubrir que ha vivido equivocado. Se casó y tuvo media docena de hijos con una mujer para darse cuenta, en un momento, que en realidad ama a otra. Y que no se trata de un affaire pasajero, sino de algo mucho más profundo.
“Si esto es obra del Diablo, lo lamento por mí”, le dice Johan a su padre, predicador de la aldea menonita en la que transcurre el filme. Johan no oculta lo que le sucede: Esther, su mujer, lo sabe y parece soportarlo estoicamente. Y Marianne lucha por controlar sus sentimientos, sabiendo que nada bueno puede salir de ello, pero incapacitada de resistir la tentación.
Ese triángulo amoroso en una comunidad religiosa es la anécdota del tercer filme del director de Japón y Batalla en el cielo , el más luminoso, diáfano y menos revulsivo de los tres. Pero allí no está el secreto de su belleza, de la conmoción que puede provocar en el espectador. Aquí, Reygadas busca acercarse a la naturaleza a la manera de Malick o Tarkovsky, recorriendo con su cámara escenarios naturales, dejando que la luz moldee esos increíbles parajes hasta otorgarles vida propia.
De hecho, la película parece nacer de la idea de pensar en el mundo como una “luz silenciosa” que abraza a los personajes, que los protege y trata de conducirlos a un lugar de paz espiritual, que ellos mismos se han negado a abrazar por sus restricciones religiosas. Es una libertad de los espacios y de los cuerpos la que los sacude. En la escena de sexo entre Johan y Marianne queda claro que su conexión es tan fuerte como inexplicable. “Siento tu corazón”, él le dice. Ella llora e intenta cortar porque, “la paz es más fuerte que el amor”.
Pero Johan no quiere abandonarla. “Aún vendrá más dolor, pero luego llegará la paz y después la felicidad”, le dice pensando en un futuro que tal vez no sea como él imagina. Los acontecimientos irán derivando en unos 50 minutos finales que son, básicamente, dos largas secuencias: un viaje en auto y un velorio. En ellas habrá muerte, sacrificio, vida, milagro y resurrección, como si se tratará de una épica bíblica retomada para nuestros tiempos, más cerca del cine de Dreyer (cuyo clásico Ordet se homenajea) que de cualquier referente contemporáneo.
Con un filme atravesado por la compasión y por el aura de permanente descubrimiento, sin la necesidad de ciertas provocaciones de antaño pero tampoco cayendo en la ñoñería, Reygadas se las arregla para crear una obra maestra contemporánea que se sostendrá a través del tiempo gracias a escenas impresionantes (el principio y el final, la escena de los niños bañándose en el río y muchas más) y al aura de épica de los sentimientos que atraviesa todo el relato.
Más allá de algún exceso de preciosismo, Luz silenciosa opera hipnóticamente sobre el espectador, que puede reconocerse en todos los personajes. Una historia de tres personas que intenta conmovernos a partir de la naturaleza misma de las cosas: una tormenta, un abrazo, una flor que se abre, un beso revelador. Todos, pequeños milagros cotidianos.