Ella, vos y nosotros
La obra de Carlos Reygadas (Japón, 2002 y Batalla en el cielo, 2005) nunca dejó a nadie indiferente. Habitué del Festival de Cannes en donde Luz silenciosa (2007) fue premiada, el realizador encuentra en este film su mejor forma. La película se centra en el debate interno del habitante de una comunidad menonita frente a la infidelidad.
Ya desde Japón había quedado claro que Reygadas no era un cineasta más. A contramano de sus colegas más “mainstream” (González Iñárritu y Cuarón), su cine se caracteriza por una gramática personal, menos internacional, y por ello más ascética. Los detractores señalan su ímpetu por “aparecer” en sus relatos, es decir, por manifestar una megalomanía estética que lo lleva a sobredimensionar lo formal en detrimento del contenido. Un ejemplo de esto es la fellatio con la que comienza Batalla en el cielo, que –para muchos- poco aporta a la trama.
Es probable que Luz silenciosa fascine a los admiradores y –por esta vez- le tienda un puente a los detractores. La historia es conocida: un hombre engaña a su mujer y este hecho le ocasiona un dilema ético. Todo se desarrolla en una comunidad menonita, hecho que produce un extrañamiento en la temática que le aporta una mayor intensidad dramática al relato. Otro lenguaje (el plautdietsch), otras fisonomías (cabellos muy rubios, delgadez extrema), y –sobre todo- otra cultura, otra manera de relacionarse con la naturaleza, otra forma de vida.
Johan (Cornelio Wall, actor no profesional al igual que el resto del elenco) ama a su mujer, pero siente que ama más a su amante. Cuando le habla de la infidelidad a un amigo lo hace desde la angustia del que sólo puede decir la verdad, aunque esto lo intranquilice. Luego de la confesión, el amigo se sube a su camioneta y la cámara muestra un largo trayecto circular a través de un paneo en 360 grados. Se trata del momento más artificial de la película, pero lejos de ser un defecto es una virtud, porque contrasta el estado de los “otros” (los alejados del triángulo) con el de Johan, al que se lo retrata desde una linealidad por momentos insoportable. Hombre de familia (y padre de varios hijos), Reygadas nos da la posibilidad de conocerlo en profundidad (varios planos secuencia lo muestran en su quehacer cotidiano, lidiando con la culpa) y de internar al espectador en su psiquis. Para ello recurre al preciosismo de la imagen, solventado en estilizados planos secuencia y en una luminosidad que tiñe cada fotograma, aún en los espacios cerrados, potenciada en el empleo de los tiempos muertos.
Al igual que Entre la fe y la pasión (Hadewijch, 2009), Luz silenciosa se pregunta por el lugar que ocupamos en el mundo y la forma en la que la religión nos ubica en él. En este film no se profundiza sobre la moral, sino más bien sobre las repercusiones internas de las decisiones que el hombre adopta. En la escena de mayor tensión esto es más que evidente. La secuencia verbaliza el conflicto en voz de los cónyuges y –como si formaran parte de una unidad- una torrencial lluvia los acompaña. En este mismo sentido, los detractores del director debieran ver en el imponente amanecer que abre el film una organicidad de la naturaleza con el hombre. Es éste el que llega al mundo y no al revés. El final es –sí, acordamos- en exceso deudor de Ordet (1957) de Dreyer, pero no deja de ser consecuente con la ética que funda el relato. Se trata de la inseparabilidad de hombre y cosmos, individuo y cultura, enfrentados a la seducción del milagro.