Apuesta mayor por el cine
El siempre desafiante cine del mexicano Carlos Reygadas (Japón; Batalla en el cielo) nunca esconde sus intenciones: planos largos, silencios prolongados, voracidad estética que, por momentos, cae en un vacío de esteticisismo. Premiada en muchos festivales internacionales, Luz silenciosa es su apuesta mayor, ya que el cineasta da vuelta todos los límites posibles sobre una forma de hacer cine, construir imágenes, describir un mundo particular, con sus tempos narrativos y sus costumbres y mandatos ancestrales. La acción se sitúa en la zona de Chihuahua y sus protagonistas son los integrantes de una comunidad de menonitas, aferrados a preceptos y códigos religiosos y morales que marcan su devenir cotidiano. Una infidelidad matrimonial será el desencadenante del conflicto. Sólo eso y nada más que eso.
En efecto, Reygadas filma a una comunidad (los no actores son los verdaderos menonitas), los anocheceres y amaneceres de ese bucólico paisaje, las ceremonias, los rezos, el espíritu de un grupo respetuoso de una forma de vivir, y por qué no, de una manera de contemplar a una microsociedad que parecer detenida en el tiempo. Las herencias estéticas del film oscilan entre las películas de Robert Bresson y del danés Carl Theodor Dreyer, conformando un corpus único y personal, donde Reygadas se siente cómodo, tanto con una cámara estática que registra un paisaje durante largos minutos o a través de extensos travellings que recorren cada uno de los interiores, despojados, austeros, minimalistas.
Luz silenciosa es una película que dividirá opiniones: se la toma o deja a los 10, 15 minutos. Bienvenida la propuesta, entonces, para la rutinaria y burocrática cartelera de estos tiempos.