Las variaciones de la experiencia religiosa
En las conclusiones de su monumental Las variaciones de la experiencia religiosa William James decía: “El amor a la vida, en cualquier y en cada uno de sus niveles de desarrollo, es el impulso religioso”. La tercera película de Carlos Reygadas, que se anima incluso a plasmar delicadamente un milagro, puede seducir hasta al incrédulo o al ateo más consumado. En última instancia, este melodrama atravesado por enigmas y dilemas teológicos resulta auténticamente humano, demasiado humano.
Al norte de México, en el seno de una comunidad menonita en donde todavía se habla un dialecto medieval (Plautdietsch), el padre de una familia numerosa se ha enamorado de una mujer que no es la madre de sus hijos.
La honestidad es la regla: Johan jamás lo ha ocultado, y su esposa y su amante esperan. ¿No es adulterio? La condenación moral es inexistente, solamente importa descifrar si se trata de la voluntad del Altísimo. Así lo conciben todos los involucrados (mujer, amante, padres), lo que no implica que la situación no sea dolorosa.
La resolución tomará un tiempo, y en ese transcurso se revelará una forma de vida cuyas prácticas podrán parecer arcaicas, pero no por eso irrelevantes.
Luz silenciosa , más allá de su drama amoroso, es indirectamente un retrato de una comunidad y sus prácticas: la cotidianidad, un ritual funerario, el sexo, el diálogo entre un padre y su hijo, el trabajo quedan registrados por la cámara de Reygadas.
Los formidables planos secuencia sobre el cielo y la tierra que abren y cierran la película evocan un misterio cósmico en la inmanencia. Una mano interceptando un rayo del sol, un tractor pisando los maizales y un beso constituyen actos cotidianos que ante la cámara son revelaciones o variaciones de la experiencia religiosa.
Al cinéfilo, el desenlace lo remitirá a La palabra , del maestro danés Dreyer, aunque la sensualidad de un evento extraordinario (y religioso) y la rigurosa puesta en escena de ese pasaje le pertenecen exclusivamente a Reygadas.
Los racionalistas podrán soltar una carcajada; los impacientes quizá miren la hora. Quien posea la libertad suficiente para mirar y escuchar será testigo de una fantasía metafísica tan humana como el deseo de amar y gozar del cuerpo de un ser amado.