La obra original es uno de esos textos que cualquiera debería leer alguna vez. No hay muchos textos así, aunque Shakespeare tiene varios en ese selecto conjunto. Pero que la gloria del Bardo no nos impida ver lo que hay en esta estilizadísima, sangrienta e hiperactuada versión de la obra. El tono de la película se acerca mucho más a un experimento pop: “Ey -parece decirnos con sus neblinas y contraluces el director Justin Kurzel-, ¿cómo sería Macbeth en la era de Game of Thrones?” Y ahí vamos, recordando mucho más el triste destino de Jon Snow que el terrible conflicto del usurpador y su venenosa esposa. Fassbender y Cotillard, sin embargo y a pesar del respeto al texto, parecen divertirse, jugar una especie de concurso de consagración actoral y hay momentos en que les sale todo bien (otros, en cambio, donde les sale todo mal). El resultado final no es aburrido, no es feo y no es memorable. Paradójicamente dada la historia del general que acaba con el buen rey Duncan, la falta de traición al original es lo que lo hace apenas una ilustración aggiornada del texto clásico, trabajado con la intención de que el espectador no sienta que se le está imponiendo la “alta cultura”, sino al revés: demostrar que la “alta cultura” alguna vez fue cultura pop. Consejo: la versión de Orson Welles rodada en cinco días es mejor, vale la pena comparar ambas pare entender dónde el alto diseño disuelve la gloria.