El hombre que dirigía trailers
¿En qué momento Robert Rodríguez se convirtió en un director de trailers ingeniosos de sus propias películas? ¿O nunca fue otra cosa? Son solo preguntas al viento; probablemente retóricas, ya que los fans por antonomasia son los que aman sin responder. Lo cierto es que uno se encuentra con las últimas tres películas de Rodríguez y comprueba, con una resignación renovada, que incluso los créditos son mejores que las películas propiamente dichas; los bordes superan en mucho lo que está en el centro. El director promete en los créditos lo que a su vez se anticipa con habilidad en los trailers, ese sabor de cosa vieja y peligrosa con aires venerables: fragmentos concebidos a imagen y semejanza del cine de “explotación”, es decir, el intento juguetón de recuperar –aunque sea en forma de jirones lujosos– algo de ese paraíso módico cuya vuelta anticipó Tarantino con suerte dispar y pretende ahora seguir Rodríguez. Machete Kills, como su antecesora, la más lacónica Machete, resulta un pequeño fiasco, incluso para los que no habíamos bajado del todo la guardia respecto de la capacidad del director para hacer pasar gato por liebre. Aunque parezca una exageración, Rodríguez es más cerebro que músculo: no se preocupa mucho por sorprender al espectador de sus películas, solo calcula y hace la plancha, confiado en que los seguidores fieles de sus cine –los amantes de la marca Rodríguez– no pagan una entrada y se sientan luego en la oscuridad de la sala para ver exploitation de verdad sino ese remedo un poco melancólico que les ofrece. Primero los créditos, simpáticos, desbordantes de amor por el género, incluso emocionantes a su manera: los colores chillones, la música que salta, el sonido defectuoso, los carteles que parecen abalanzarse sobre el público. Es el tributo de Rodríguez a algo que ya no existe: la promesa de un universo entero que se desata en la pantalla de cine. Pero después llega la película, con la factura impecable de sus imágenes, sus escenas razonablemente filmadas, su cautela irritante con respecto a las drogas, el sexo apenas aludido y continuamente velado, el progresismo irremediable de su zona política. Todo el tiempo el cálculo. La especialidad de la casa: hacer como que; presentar no ese espectáculo al que se supone que se está aludiendo, en su versión contemporánea, sino apenas una sombra, una versión pálida, que usurpa el lugar del original sin la menor pizca de su intensidad ni de su fuerza. La corrección política reemplaza a la transgresión y la sangre digital en cuenta gotas a la salsa de tomate a chorros. Machete Kills solo tiene algo de gracia en el uso de figuras de peso en apariciones más o menos sorpresivas: Charlie Sheen (muy simpáticamente anunciado en los títulos como Carlos Estévez), Lady Gaga, Antonio Banderas o Mel Gibson desfilan por la película y parecen estar divirtiéndose. Pero las estrellas en Machete Kills son el certificado de que la película opera dentro de los límites de una diversión perfectamente controlada y cartografiada, algo así como una fiesta de teenagers con los padres presentes. Es como si el público de cine de exploitation se hubiera vuelto niño y se necesitara que no se lo exponga a emociones fuertes. Sin ir más lejos, ya que lo mencionamos a Gibson, Get The Gringo era mucho más incorrecta y atractiva. Rodríguez, sin embargo, no descansa: su película trae adosado un trailer de Machete Kills… again (in the space), con toda seguridad el próximo avatar de la franquicia.