Machete acaba con los malos, salva el día y se queda con todas las mujeres. Y hace todo eso y más con la inconfundible cara de pocos amigos de Danny Trejo, un hombre que pasó por cualquier cantidad de cosas en su vida y que a los 69 años, tras décadas de ser el rudo secundario, se puede dar el lujo de encabezar una franquicia. Ese es el chiste en esta película de Robert Rodriguez y también lo fue en la anterior, un homenaje ya gastado al grindhouse –el movimiento viene desde el 2007-, a las producciones exploitation clase B, con escenas de sexo, violencia y gore, con metraje quemado y secuencias completas perdidas en la proyección. Ya es hora de decir basta y seguir adelante, pero el director evidentemente no lo tiene en sus planes.
Machete es el nombre del personaje que el mencionado actor interpretaba en la saga Spy Kids, otro producto que se ha extendido por más tiempo del necesario en la filmografía del realizador. Reaparecido con un tono más adulto como un avance falso en Grindhouse, la producción doble que realizó junto a Quentin Tarantino, el mismo pasó después a tener un film que, con sus fallas, aún lograba funcionar. Rodriguez no se conformó con haber hecho una película a raíz de un trailer para un proyecto que no existía y hace otra, el problema es que repite lo producido anteriormente y no tiene nada nuevo que ofrecer en la mesa. Es que se sabe que la idea del federal mexicano está extinguida y que no alcanza para más que algún gag efectivo, por lo que se la llena de figuras que ayuden a empujar hacia adelante el concepto de parodia que sin mucho tino se propone. Así, al igual que en la primera parte, el hombre cuyo nombre aparece en el título es nuevamente un personaje secundario.
Machete mata. Machete no twittea. Nadie conoce a Machete. Rodriguez plantea a su protagonista como una suerte de James Bond improbable, el federal mexicano que nunca muere y al que todo le sale bien. Al ser esa la idea central y que la gracia se sostenga en comentarios sobre su condición de extranjero, no se tarda en notar que el realizador y su guionista Kyle Ward no tienen otra cosa que entregar, por lo que presentan una inagotable lista de figuras en papeles menores para reforzar la broma, todas con mayor o menor participación. En Machete Kills su titular es otra vez un personaje secundario porque no se le permite salir del arquetipo en el que está planteado y así resulta mucho más interesante la presencia de Demian Bichir -en un rol más importante del que se podía inferir durante la campaña publicitaria- o de Mel Gibson, cuyo villano recién aparece bien adentrados en la segunda parte y para el cual se lamenta que no tenga más participación.
Más allá de lo dicho, no hay que pensar que Machete Kills no tiene sus momentos. Es un producto de entretenimiento moderado, llevadero, pero con un tópico tan agotado que resulta curioso el encono de Rodriguez para con la franquicia. Austin Powers y Johnny English son ejemplos de parodias a la saga de James Bond, con la primera sobre todo como una especialista en ofrecer disparatados cameos de figuras destacadas de Hollywood. Con esos antecedentes, esta secuela tiene muy poco que la distinga más que la mexicanización del héroe de turno, un legendario agente incapaz de equivocarse. La broma divierte y su lista de actores ayuda –a pesar de que haya chistes que se espera funcionen porque sí, como que Charlie Sheen sea el Presidente o Lady Gaga una asesina llamada Camaleón-, pero no es suficiente. Menos aún cuando se considera que el tejano quiere llevar a cabo una tercera parte que seguramente no ofrecerá ningún aliciente más que un traslado al espacio.