Revuelta, no revolución
En el cine de Robert Rodriguez se pueden percibir dos vertientes bastante definidas. La primera está representada por su cine infantil, con la saga de Miniespías y La piedra mágica como máximos exponentes. La segunda por su cine de acción, conformado por filmes como Desperado, La balada del pistolero, Del crepúsculo al amanecer, Sin city, Planet terror y ahora Machete.
La última vertiente es la que le ha permitido a Rodriguez adquirir mayor repercusión crítica, a partir de las ideas estéticas, narrativas e ideológicas que despliega. Son todas películas con una gran cantidad de ideas, un ritmo ágil en sus relatos y un trabajo estético que puede parecer alocado y hasta descuidado, pero en verdad responde a múltiples y calculadas referencias. Sin embargo, habría que ponerse a pensar si en verdad ese es el cine que vale la pena del cineasta mexicano.
Machete es un buen ejemplo de las virtudes y defectos de esta corriente. Exhibe unos cuantos méritos a partir de colocar a un eterno villano en el papel del héroe, con un mexicano como Danny Trejo -que debe estar entre lo más feo que ha dado la historia de la actuación- como sex symbol absoluto, representante de la rudeza sensual, levantándose a todas las minas que se le cruzan en el camino -con Jessica Alba y Lindsay Lohan como máximos exponentes- y vengándose de todos los que le arruinaron la vida en el camino. A la vez, Rodriguez un poco como que rescata a actores como Steven Seagal o Robert De Niro, que tienen sus mejores actuaciones en muchos años. Y delimita un contexto grasoso pero también con intenciones subversivas.
Pero es en esto último donde Rodriguez manifiesta sus mayores limitaciones. Su pretensión de plantear una utopía donde los inmigrantes mexicanos puedan rebelarse contra los que quieren expulsarlos de los Estados Unidos no deja de ser saludable, pero también limitada. Al igual que en Erase una vez en México, el discurso es enarbolado de tal forma que pareciera que estuviera tratando de meter un cuadrado en un círculo. El choque con el abordaje genérico es muy fuerte y termina siendo difícil tomarse en serio a un cineasta con innegable talento para la puesta en escena, pero con una mirada un tanto limitada sobre qué decir y cómo hablar sobre el entorno que lo rodea.
En realidad, lo que viene a delatar un filme como Machete son los méritos de las películas infantiles de Rodriguez. La saga de Miniespías, por ejemplo, posee muchas más nociones imaginativas y verdaderamente trascendentes. Lo que es capaz de afirmar allí Rodriguez sobre la familia, la hermandad, la amistad, las relaciones paterno-filiales, el poder de la imaginación es mucho más rico y atendible. La fantasía es, en filmes como La piedra mágica, una forma de cambiar al mundo, de hacer una política vital y realmente productiva.
Por eso, aunque no lo parezca, el cine de Rodriguez con real capacidad de ser revolucionario, de sacudir las estanterías, es el infantil. Porque dice las cosas bien de frente, hablando con el idioma que corresponde. Si con su cine de acción, Robert parece un adolescente que le tira palos a todo el mundo, pero no tiene muy en claro qué proponer a cambio, excepto un par de sugerencias demasiado románticas; con su cine de fantasía es como un niño que tiene bien en claro su amor por los seres que lo rodean y que no está nada mal usar cualquier elemento que lo rodea para modificar el universo.