El futuro es mujer
Hay algo fascinante en esos cuerpos, que despiertan curiosidad y erotismo a la vez que repulsión y rechazo. Es eso que está ahí e impresiona pero no puede dejar de mirarse. Es un fenómeno (aunque sea patologizado), reconocido con un nombre poco común: abasiofilia.
En esa dirección, quizá casi lateralmente, quizá sin quererlo, Peter Medak dirigió Romeo is Bleeding (1993), un noir oscuro en el que la abasiofilia no le hace asco al género, más bien termina redefiniendo algunos de sus contornos en una contemporaneidad que había renunciado a repensar los géneros desde los bordes de las figuras que los distinguen.
La femme fatale de la película de Medak era Lena Olin, eterna MILF y señora de las cuatro, cinco y seis décadas en estado bombástico. Pero ojo, acá no se trataba de la edad, sino que interpretaba a Mona Demarkov, una despiadada asesina a sueldo rusa, cuya crueldad era equiparable a su sensualidad apabullante, entronizada por una cualidad aun más seductora: su brazo amputado.
En una escena con Gary Oldman, que interpretaba a Jack Grimaldi, un oficial de policía corrupto –que tenía que matarla pero no podía, a causa de la irrefrenable atracción que sentía por ella–, Mona y Jack cogían y ella le preguntaba si prefería con o sin la prótesis, a lo que él respondía que sin la prótesis, para así tener la posibilidad de observar el muñón en toda su retorcida sensualidad (gran alegoría sobre el uso de profilácticos).
Si la película de Medak supo hacer de las amputaciones un símbolo de sexualidad, de poder, de brutalidad, de una belleza amenazante y exótica, quien reinventó el asunto de la abasiofilia cinematográfica para el gran público no fue otro que David Cronenberg con Crash (1996), acaso la película más sensual y sexual de la historia sobre cuerpos mutilados que cogen. Si algo planteaba aquella película era la continuidad entre el cine psicosomático de los ‘70s (que encontró en La Mosca su punto más álgido y perfecto) y un cine más cerebral, contemporáneo a las últimas dos décadas. El cuerpo mutilado, en Cronenberg, es el correlato de una mente también tullida, amputada, e involucra cierta sexualidad transgresora, el ir más allá, el apartarse de lo normal o frecuente.
En este horizonte hay una corriente continua de conexiones e intereses similares entre el cine canadiense y el australiano. Y australiano es George Miller, que se propuso reescribir un mito fundacional de su cinematografía a la luz de nuevas intensidades. En definitiva: se propuso revisar un género por el cual él mucho había sembrado, pero esta vez desde otra perspectiva.
Y aquí es donde retornan los muñones: la heroína de Mad Max: Furia en el Camino (Mad Max Fury Road) también es una femme fatale tullida, sin un brazo, interpretada por Charlize Theron, una de las mujeres más hermosas del planeta. Su sensualidad está en su fuerza, en su determinación, en su coraje, en un mundo donde las mujeres han sido completamente anuladas, excepto por un par de funciones. Y también está en su belleza, en la belleza de su discapacidad, en el erotismo que emana cuando camina, cuando mueve su brazo amputado, cuando maneja el camión con la prótesis.
Ella es Imperator Furiosa, la guerrera pelada, con la cara pintada de negro con grasa de auto, capaz de desafiar a hordas de hombres musculosos pintados de blanco y a tullidos (más que ella) con máscaras para respirar y cuerpos deformados. En ese acercamiento feminista (en donde el personaje ha sido comparado con la Ripley de Alien (Ridley Scott, 1979) es en donde esta reversión/relectura/remake gana puntos (amén del delirio y desborde visual que ya no es clase B pero que mantiene ese espíritu).
Y es que Furiosa es la heroína feminista, la gran salvadora de las mujeres de Inmortan Joe, a quienes éste mantiene esclavizadas, como progenitoras de sus herederos masculinos. En medio de un mundo sucio, marrón, cruel y sangriento, las esposas de Inmortan Joe son una suerte de impolutos seres virginales (ya desfloradas), acaso la última esperanza de una humanidad en ruinas. El heroísmo tiene cara de mujer, sí, pero de mujer tullida, rota, hermosa pero perturbadora, como si Marco Ferreri se hubiera colado a la fiesta por la puerta de atrás.
Mad Max Furia del Camino es actual y anacrónica.
Furiosa las ayuda a escapar del tirano, y ahí es cuando conoce a Max, que solo parece haber sido concebido para ayudarla en su misión y, en última instancia, para salvarle la vida, como si las jerarquías heroicas se hubieran invertido. Incluso el hecho de que Mad Max sea interpretado por Tom Hardy ayuda a esta cualidad de sumisión, de perfil bajo que posibilita el brillo ajeno. Tom Hardy es un actor de gestos y movimientos minimalistas, de pocas palabras, de voz ronca y sofocada, de temple sereno, el hombre perfecto que está ahí para que la mujer brille.
Mad Max: Furia en el Camino es una película femenina y feminista, con un personaje femíneo principal fuerte, capaz de cargarse a cientos de monstruosos seres y de erigirse como la nueva líder, también monstruosa. Es, en el mejor de los sentidos, el regreso de las salvajadas cinematográficas del siglo XX pero con herramientas nuevas: es actual y anacrónica. Furiosa es la heroína que pone en peligro su vida y su cómodo estatus (ella no es parte del aren de procreadoras, sino una emperatriz con autoridad, derechos y hombres a su cargo) para salvar a un grupo de mujeres que nunca hicieron nada por salvarse. Que el motor de sus acciones sea, en el fondo, la redención propia y la vuelta a un pasado ya inexistente, más que el deseo altruista de liberar a las féminas, poco importa. Y ahí todo el discurso del feminismo falopa se cae al tacho: liberación, sí, pero primero, salvarse uno. La práctica antes que el discurso vacío.
A días de una marcha convocada por las redes sociales contra el femicidio bajo el lema Si tocan a una, nos organizamos miles, Mad Max: Furia en el Camino viene a ser el correlato cinematográfico de una situación actual. Si tocan a una, nos organizamos las cuatro o cinco que quedamos vivas.