Mucho más que persecuciones
"My name is Max" es lo primero que se escucha en esta demorada y muy esperada vuelta de la saga de fines de los años 70 y comienzos de los 80 que hizo famoso al director George Miller, a Mel Gibson y a Australia como potencia cinematográfica.
Quien dice esa frase ya no es Gibson sino Tom Hardy, protagonista de este regreso (en verdad un reboot antes que una remake) con toda la espectacularidad que podía esperarse. Como si se tratara de un episodio de Tom y Jerry o de El Coyote y el Correcaminos, lo que Miller propone básicamente es una larga persecución de dos horas por imponentes pasajes desérticos. Pese a que esta sintética descripción puede sonar decepcionante, la película no lo es.
Miller, quien tras su trilogía se dedicó sobre todo a películas para niños (Babe, el chanchito valiente y la saga animada de Happy Feet), combina sofisticados efectos visuales con un trabajo más artesanal y clásico ligado a los dobles de riesgo. Ayuda tecnológica e imágenes en 3D, sí, pero siempre en función del trabajo físico de los actores/luchadores, varios de ellos incluso tullidos o con deformidades varias (hay algo del clásico Fenómenos/Freaks, de Tod Browning, en la propuesta).
Película de pocas palabras y mucha acción, Furia en el camino se concentra en la huida de Max, Furiosa (una Charlize Theron rapada, con un brazo menos y un muy convincente physique du rôle), Nux (Nicholas Hoult) y un grupo de bellas jóvenes (Rosie Huntington-Whiteley, Zoë Kravitz, Riley Keough, Abbey Lee y Courtney Eaton) a bordo de un camión lleno de gasolina, mientras distintas bandas de delincuentes y carroñeros los persiguen subidos a los más estrafalarios vehículos y con una iconografía que incluye calaveras, buitres y hasta transfusiones de sangre bastante extremas. Espíritu de cine clase B y guiños tarantinescos, pero dentro de una producción de más de 150 millones de dólares de presupuesto.
Hay, también, voces interiores, alucinaciones, visiones de la infancia, un malvado exótico y temible (el Inmortal Joe interpretado por Hugh Keays-Byrne) que manipula a las masas a partir del uso del agua, pero -más allá de esas subtramas o derivaciones- Furia en el camino no es otra cosa que una película posapocalíptica sobre el instinto de supervivencia y la búsqueda de la redención en las peores condiciones imaginables.
Si bien el relato está impregnado todo el tiempo de una violencia explícita y brutal, esas explosiones de sadismo y crueldad están matizadas por un humor negro y una apuesta por el absurdo (el guitarrista y los tamborileros que tocan todo el tiempo "en vivo") y por imágenes aéreas con drones o extraordinarias secuencias (la tormenta de arena) que lo convierten en un espectáculo fascinante y sobrecogedor. Un regreso a lo grande de una saga de culto que se tomó mucho (demasiado) tiempo en volver.