Física y Química
Bienvenidos otra vez al mundo de Mad Max, ese desierto de lo real. Sin Mel Gibson, pero con otro que muerde el polvo y está a la altura. Cuarta entrega de la saga, pero de ninguna forma una película de cuarta. ya que detrás sigue imperando la furiosa coherencia de George Miller, el responsable de todas las anteriores. El director logra salirse de la norma recargada y digital de los tanques de Hollywood apostando al cine clásico, con La diligencia (John Ford, 1939) como referencia insoslayable, algo que ya ocurría también en la exitosa segunda parte de la saga, con la que guarda muchos puntos de contacto. Como aquella vez, el argumento es una excusa para revisitar el camino del héroe, alimentado con la misma sopa Campbell que George Lucas usara de sostén para su propia saga. Aunque esta vez el héroe quede relegado a un cómodo segundo plano por el personaje femenino a cargo de la siempre eficaz Charlize Theron.
Más acá del mito, hay una saludable apelación a la física. Lo analógico se impone a lo digital.
Nada más simple de proponer, en principio, que un grupo vulnerable que debe desplazarse de un punto a otro, con innumerables obstáculos en el camino. El resultado es un relato salvaje y literalmente lineal, que describe el trayecto de un particular camión de provisiones en el particular y a esta altura reconocible y hasta coherente mundo de Mad Max, un mundo que ha trascendido su marca de origen (el futuro postapocalíptico ochentoso y australiano) para volverse universal y atemporal.