Una película furiosa que debió ser Furiosa
De repente, Mad Max: Furia en el camino se detiene, toma aire. Pasaron 35 minutos en los que George Miller respondió que sí, que puede filmar las secuencias de acción más deslumbrantes de este año y de muchos más. De esas que son, a su modo, fragmentos delirantes, brillantes, deslumbrantes de cine musical, como ocurría con Misión: imposible 2 a manos del también chiflado y también genial -en su sentido más movedizo, menos nocturno- John Woo. Van 35 minutos de un vector de una energía pocas veces vista. Flecha narrativa, Mad Max: Furia en el camino tiene 35 minutos iniciales de una potencia inigualable.
George Miller, uno de los mejores directores que ha dado el cine mundial en las últimas cuatro décadas -y que ha filmado menos de lo que se lo necesitaba- pone ante nuestros ojos una actualización de un mundo, el que desplegó su propia trilogía Mad Max (1979-1985). Ni remake ni continuación, esta nueva Mad Max está más ligada con la 2, la mejor de la trilogía inicial, pero no es una nueva versión de ese film de 1981. Es un regreso a un lugar, a un modo salvaje de pensar el cine, la posibilidad real, concreta, incluso exitosa, de un western contemporáneo, o futurista, o en el tiempo y el lugar del mito. Miller empieza con un hombre que busca escapar, con una mujer que busca escapar. Y con muchos hombres y coches y cosas por el estilo que salen tras ella, tras Furiosa, tras Charlize Theron, el personaje inolvidable que trae esta Mad Max que debió llamarse Furiosa. Porque Mad Max fue Mel Gibson y seguirá siendo Mel Gibson, porque por más que en los créditos figure que Max es Tom Hardy, en los papeles, es decir en el relato, este señor Hardy no puede con ningún gesto. Habla poco pero no le sale el silencio, quiere poner cara de loco y delata que los ojos y mirada abismales son difíciles de actuar. Que la fuente natural de Mel Gibson no es algo que pueda ir a buscarse, a reproducirse. Hardy pone trompita, pero no hay oscuridad posible en sus superficies. Charlize Theron, Furiosa, lo desplaza, lo pone en un lugar marginal, ella sí tiene oscuridades detrás de su rostro hermoso. No se trata de desaliño, se trata de la actuación en cine, que es un asunto en buena parte de personalidad.
Tanto debió ser Furiosa esta Mad Max que la película podría pensarse sin pérdidas sin Hardy, sin Max. Y mejoraría mucho: porque nos llamaría menos a la comparación desfavorable con Gibson y dejaría a Furiosa ser la protagonista, y no parte de un dúo desbalanceado. Y nos ahorraría esos flashbacks gruesos en significado y estética, finitos en términos de duración del plano, que acosan a este Max Hardy. Flashbacks-fogonazos de una ramplonería que una película que tiene tantos minutos excelsos y para el asombro no merecía. Por suerte, la película combate y diluye y entierra esos planos horribles en la improbablemente mente de Max con cada aceleración. Es muy válido el ejercicio de quitar a Hardy: haganlo y verán que sobra. Sin él era una película mucho más pura, cohesionada, concentrada, sin molestias, sin actores que intentan exhibir una presencia que no se impone, una presencia trabajosa, una presencia que no (se) carga emocionalmente el final, ese cierre -atención: spoiler no demasiado relevante- en modo Más corazón que odio (The Searchers) de John Ford.
“Cuando digo que alguien actúa bien, es cierto, pero es en realidad algo mucho más misterioso. Hay gente que, al estar en pantalla, hace que pase algo. (...) Es hacer que no tengas ganas de que salga de la pantalla.” Para Michel Houellebecq, en una entrevista en el libro Sofilm - El cine francés hablado, editado por el último Bafici, eso es algo que se lo provoca Mel Gibson, alguien del que dice que “el menor de sus gestos tiene muchísimo peso.” En películas desérticas y míticas con las Mad Max, aquellas y esta, ese peso se necesita. Theron lo entiende y tiene con qué sostenerlo. Hardy, un actor todavía inexplicable (quizás cambie), no sabemos si tan siquiera lo entendió. Grave error la presencia de Hardy, y los flashbacks para Hardy. Los diálogos ecofeministas son toscos y demasiado directos, sí, pero nada que no quede enterrado por el brillo de cada secuencia de acción, por la abrumadora mayoría de minutos de este verdadero cine en movimiento, para el que la persecución es una obsesión. Mejor dicho, es una determinación hacer de la persecución el centro, porque se sientan físicas, reales, cercanas, polvorientas y sobre todo que sean inteligibles. Es una verdadera proeza que estos asaltos al vehículo -o a la línea en modo tren de vehículos de Furiosa- sean así de vertiginosos y así de comprensibles. Vehículos en movimiento, gente en movimiento, en movimiento frenético, en cruces, en coches cruzados, volando a través de explosiones, armados con lanzas destructoras, a los saltos. Pocas veces en la historia del cine pudo apreciarse con esta claridad el movimiento veloz dentro del movimiento veloz. Buster Keaton lo supo hacer, Miller lo pudo hacer en secuencias con decenas de involucrados y en un 3D que se justifica con profundidad, con relieve, con vértigo visual nunca embarullado, que nos hace olvidar la molestia de los anteojos sobre los otros anteojos, para nosotros los miopes. Miller llegó a esta Mad Max a 30 años de la última entrega de la trilogía original y aceleró el ritmo de los cortes de montaje, “modernizó” el tempo, pero no perdió fluidez y mantuvo la comprensibilidad. Y se jugó por una película de acción que no se parece a muchas otras, a casi ninguna. Miller impone su espíritu de cineasta variado, amplio (Mad Max, Las Brujas de Eastwick, Babe 2, las 2 Happy Feet, Un milagro para Lorenzo), jugado, arrojado, apasionado. George Miller es poseedor de una potencia para la acción y para narrar acción de forma flamígera que puede llegar a resucitar el cine si alguna vez fuera necesario, si se lo propone y se aplica en serio.
Esta Mad Max es una película extraordinaria y magistral en tantos momentos que dan mucha pena los ripios de Hardy y de esos flashbacks espantosos, mucha pena comprobar una vez más que parte de la estrepitosa caída de las Batman de Nolan de la segunda a la tercera entrega se debía al villano. Es una lástima que a esta Mad Max, una película con este despliegue de imaginación visual, sonora, cinética, que se permite el tremendo vehículo con tambores y guitarra que musicalizan el camino y la furia guerrera, sea posible encontrarle esas manchas. Esta nueva Mad Max no es una obra maestra, contiene una obra maestra, una película furiosa que debió llamarse Furiosa y ser aún más femenina -incluso exclusivamente femenina- en su lado bueno. Con el tiempo, y con revisiones de sus momentos inolvidables, empezaremos a borrar a Max, a Hardy, a sus traumas en modo de flashback. A convertirlo en flashbacks hechos de planos cada vez más cortos, cada vez más imperceptibles.