Cuando se trata de un estreno muy esperado, a veces, la anticipación y las altas expectativas nos terminan jugando una mala pasada, y cierta decepción (inoportuna) se atreve a acompañarnos al salir de la sala. Cada avance de “Mad Max: Furia en el Camino” (Mad Max: Fury Road, 2015) prometía acción sin control, violencia desmedida, una parafernalia visual pocas veces vista en pantalla y una historia de fondo que le calza a la perfección a esta versión 2.0 de la saga post-apocalíptica pergeñada por el director y guionista australiano George Miller hace más de treinta y cinco años.
Le agradezco a mi instinto no haber dudado ni un sólo momento. Miller cumple con creces su palabra y nos regala uno de los mejores thrillers de acción/ciencia ficción del nuevo milenio. El siglo XXI le calza a Max como anillo al dedo, dejando un poco de lado, no sólo el estilo rústico de la trilogía original, sino cierto protagonismo masculino muy propio del cine de los ochenta.
“Mad Max: Furia en el Camino” tiene todos los elementos que una película distópica, futurista y apocalíptica debe tener. Ya sea desde lo estético o lo narrativo, el director no pierde de vista su meta: otorgarnos un viaje desesperado y sin control a lo largo de dos horas de película. Esa siempre fue su intención, una persecución que comienza a los cinco minutos y que se extiende hasta el mismísimo final, sin la necesidad de demasiados diálogos, donde todo pasa por el plano visual.
El cine es arte en movimiento y Miller hace honor a esta frase despachándose con las mejores escenas de acción que hayamos podido presenciar en los últimos años. Acá no hay carreras descerebradas, ni explosiones sin sentido, todo tiene un propósito y una consecuencia, la violencia es totalmente cruda y el glamour no tiene cabida.
El realizador nos sigue planteando el mismo futuro desesperanzado. No importan los motivos y cómo llegamos hasta acá, sólo este presente salvaje donde el agua, el combustible y la “humanidad” escasean. No hay malos y buenos, sólo sobrevivientes, aunque algunos cuentan con más recursos para poder pasar por encima de los otros.
En este contexto nos encontramos con Max Rockatansky (Tom Hardy), el ex agente de la ley que lo perdió todo (incluida su humanidad y su cordura), vagando por esta Tierra incivilizada con el único propósito de sobrevivir. El “camino de la furia” es un lugar peligroso y Max termina en la Ciudadela gobernada por Immortan Joe (el mismo Hugh Keays-Byrne de la película de 1979), como dador de sangre (involuntario) de algunos de los miembros de su “ejército de kamikazes”, jóvenes guerreros que ostentan las marcas de mil enfermedades, pero dan hasta su último aliento por morir con honor e ingresar al Valhalla. Así se mezcla este futuro imperfecto lleno de figuras grotescas y muchos elementos mitológicos que terminan dándole sentido a estos “espartanos” defectuosos.
Es la tarea de Emperador Furiosa (Charlize Theron) liderar un convoy hasta Ciudad Gasolina y La Granja de las Municiones para recoger suministros. Pero la chica, toda una luchadora aclamada por el público, tiene su propia agenda y esta incluye desviarse del camino llevándose consigo el camión cisterna y un preciado botín perteneciente al maniático Joe.
La treta desencadena una persecución a gran escala que suma, además, a un joven y enfermizo guerrero hambriento de gloria, Nux (Nicholas Hoult), y al mismísimo Max, aunque no quiera. Un despliegue de vehículos y personajes tan bizarros como mortíferos, enfrascados en una lucha que no perdona ni discrimina por sexo.
Este es el punto de partida, después llegan las alianzas, las relaciones, los enfrentamientos y algunas revelaciones. Nada sobra y nada desentona durante esta odisea de sangre y polvo donde las mujeres dejan de ser víctimas para convertirse en salvadoras: de sí mismas, de sus compañeras, del alma de los otros. Todos tienen un propósito, incluso el loco Max, aunque él no lo crea o no lo sepa todavía.
El director expande su propio universo agregando una poderosísima figura femenina a la altura de una Ripley o la Sarah Connor más combativa. Furiosa es un personaje tan complejo como humano que termina siendo el estandarte de una época delimitada (al parecer) por hechos muy extremos como la lucha de las mujeres en Hollywood y sus igualdades laborales o la realidad más siniestra de nuestro país donde los femicidios se volvieron una moneda demasiado corriente. Miller entendió todo y su visión deja a todos muy bien parados o, al menos, donde deberían estar ubicados.
Theron está mejor que nunca y, en un punto, se apropia de esta historia que igual necesita de Max, ese hilo conductor y aglutinante de todo este universo cinematográfico. El guerrero de Hardy es mucho más taciturno, violento y desconfiado que el de Mel Gibson, casi un salvaje que necesita reencontrarse con su humanidad para reconocerse en los otros. Acá no valen las comparaciones ya que estamos ante una pseudo continuación de “Mad Max” (1979), pero al mismo tiempo se hace borrón y cuenta nueva de un multiverso que se mantiene intacto y recargado más allá de sus tres décadas de existencia.
Miller nos entrega grandes personajes y una historia sencilla llena de matices y reflexiones, muchas de ellas, escondidas entre las explosiones, la sangre, los efectos monumentales que hacen gala de su ausencia de CGI, la impecable fotografía de John Seale que crea climas y sobrecoge visualmente y la intensa partitura de Junkie XL, que mezcla los sonidos de una chirriante guitarra eléctrica con las melodías más tradicionales.
“Mad Max: Furia en el Camino” es acción de la buena. La que entretiene y sorprende, la que evita los lugares comunes y nos invita a charlar durante horas después de haber abandonado la sala. Clamamos todo el tiempo por originalidad, pero este tipo de relecturas y reimaginaciones también son bienvenidas. Gracias por el viaje y que se repita pronto.