Le pedimos por favor que deje de lado todo prejuicio contra el cine de acción y violencia, porque si por esa razón no se acerca a este renacimiento glorioso de Mad Max, se va a perder una lección de cine. George Miller es uno de los grandes realizadores contemporáneos; no solo creador de los tres célebres films con Mel Gibson que lo transformaron en estrella sino también de fábulas agridulces donde se enfrentan las taras del mundo (sea una empresa farmacéutica en Un milagro para Lorenzo; sean las grandes ciudades en Babe, un chanchito en la ciudad; sea el Diablo mismo en Las brujas de Eastwick; sea la estupidez fanática en las dos Happy Feet) con la bondad y el sentido común. Lo que, dado el estado del mundo, implica convertirse en héroe. Furia en el camino no es una continuación sino un “reboot” de la saga con Tom Hardy como Max, que está muy bien, y una superlativa Charlize Theron. La historia es simple: futuro postapocalíptico, un líder bárbaro que domina gente sin agua, una mujer que rescata a sus torturadas “esposas”, y Max dando una mano. Lo que sigue es una serie de persecuciones violentísimas de una claridad meridiana: los personajes se desarrollan moviéndose, corriendo, colgando de varas, cayendo, peleando en un mundo metafóricamente igual a nuestro superpoblado cotidiano. Lo que Miller logra con la cámara y la tecnología realmente es una lección de cómo debe filmarse cualquier cosa; lo que logra en el montaje es incluirnos (metáfora, pues) en esas carreras desenfrenadas que no desmerecen el adjetivo surreal. Cine puro, purísimo, el del movimiento perpetuo y el peligro constante.