Si alguien me hubiese dicho que la cuarta entrega de una saga que tuvo su última película hace treinta años se iba a convertir en uno de los gloriosos placeres cinematográficos del año, no le hubiese creído en absoluto. Tras haberme sumergido en el mundo postapocalíptico que propuso George Miller en su trilogía original durante un fin de semana completo, tuve muchos detalles de Mad Max: Fury Road frescos en la mente al entrar de lleno en el nuevo milenio con maquinaria pesada. Lo que me queda en claro es que el alma adrenalínica que muchos le pedimos que tuviese a Age of Ultron, Fury Road la tiene con creces y en varios niveles de octanaje.
No hace falta saber mucho de la historia inicial de Max Rockatansky, el Guerrero de la Carretera, más que lo que cuenta un breve pero esclarecedor prólogo, donde se deja en claro que el mundo se fue al carajo hace unos cuantos años y los humanos sobrevivientes se han convertido en salvajes sedientos de sangre y ansiosos por sobrevivir a toda costa. Cada aventura de Max -tanto en la segunda como tercera entrega- son momentos autoconclusivos, historias que comienzan y terminan en dicha película. Son como pequeños capítulos en la vida del guerrero errante, así que la trama es una mera excusa para el despliegue visual que proponen Miller y compañía. La semilla de la locura ya se veía anteriormente en la saga, donde el director se dedicaba a seguir unos diminutos lineamientos narrativos y dejaba que la acción hablara por sí sola. No hay grandes cambios en ese aspecto, pero con un aumento exponencial de presupuesto es que finalmente el director australiano puede desbocarse al completo y dar rienda suelta a cada locura que se le pase por la cabeza, y ya que tiene una cámara entre sus manos, filmarlo todo.
De haberse concretado hace unos cuantos años, Mel Gibson hubiese vuelto a personificar a Max, pero los tiempos corren y en este caso el papel cae en los hombros de Tom Hardy, un hombre en el cual Warner Bros. confía plenamente y con mucha razón. Hardy retoma esa mala leche que tiene el personaje y le hace honor a la locura de su apodo, pero una locura comedida, opacada por el nivel de arrojo y desbocamiento que tienen sus enemigos. El diseño de personajes es embriagadoramente nauseabundo, refleja un mundo caótico por donde se lo mire y con una potencia de ataque abrumadora. Los enemigos no se andan con vueltas y sí, como prometían todos los avances, el 2015 le pertenece a los locos. Entre tanta insanidad, la cordura viene de la mano de la segunda protagonista, la extraordinaria Emperatriz Furiosa de Charlize Theron, que no le teme un segundo a irse a la manos con Hardy o con cualquiera que se le cruce en su camino. Pelada, con un brazo amputado y con más mala leche que Mad Max, Theron le insufla a su personaje la valentía y un evidente costado emotivo que la convierte instantáneamente en una heroína de acción al nivel de la Ripley de Sigourney Weaver. La mención no es moco de pavo y no se toma tan a la ligera: Theron entrega cuerpo y alma a Furiosa, y su presencia es tan magnética que si la saga le pasase la antorcha a ella, nadie podría enojarse. Así de buena es la interpretación y el personaje.
Entre tantos comentarios actuales del feminismo en el cine de acción moderno, es refrescante ver que la trama ideada por Miller y sus colegas Brendan McCarthy y Nick Lathouris le otorga un lugar muy importante en el desencadenamiento de la acción a la mujer. Básicamente, es una mujer que lidera a un obstinado grupo de mujeres usadas como objetos en una carrera en modo contrarreloj para escapar de un tirano abusador, para encontrarse en el camino con un grupo de aguerridas mujeres que se defienden por sí solas. A todo esto, cada integrante del grupo tiene una personalidad y una dimensionalidad aceptable para transmitir algo más que belleza -porque sí, todas son esbeltas y hermosas mujeres-.
De todas maneras, el gran fuerte de Miller no es el guión y, aunque se marca una gran historia en esta ocasión, es el show que construye desde la acción el motivo de peso por el cual Fury Road destaca por sobre todas las películas del género que vimos y veremos en el año. Lejos de la catarata de efectos computarizados a la que el espectador se ve sometido usualmente, el director australiano sigue eligiendo el método de la vieja escuela, una opción que le sirvió en el pasado y que genera un soplo de aire refrescante. En el pasado Miller había demostrado un ojo clínico para filmar escenas de acción y a los 70 años no ha perdido ni un poco de esa cualidad. La película comienza a toda velocidad y así sigue durante aproximadamente una hora, inyectando adrenalina pura en las retinas del espectador con una persecución tras otra, mientras la atronadora música compuesta por Junkie XL hace de lo suyo con una cacofonía de sonidos que adereza con ahínco la destrucción en pantalla. En otras palabras, Fury Road es un festín puro y duro. Cada dólar de los $150 millones de presupuesto están más que justificados, con un diseño de producción muy detallado, que está hasta en el más mínimo retoque e insignia de cada personaje y en cada vehículo en la carrera a través del desierto. Y si encima de todo esto le contamos que hay muy poco trabajo computarizado hecho, el resultado es aún más pasmoso.
Es muy posible que el paso del tiempo no haga más que mejorar las cualidades que presenta Mad Max: Fury Road. Lo cierto es que cada onza de genialidad que prometía el primer avance se cumple con creces y estamos ante la primera gran ganadora de la temporada de peliculones de acción que se nos vienen encima. Fury Road tardó treinta años en producirse, pero valió la pena la dura espera. Un ídolo perdido del cine de acción revive y es difícil que se vuelva a pegar una siesta tan larga. Bienvenido nuevamente, Max.