“If you can’t fix what’s broken, you’ll go insane.” Alrededor de la época en que se estrenó Mad Max (1979) se empezó a emplear el termino Antropoceno para distinguir la época geológica en la que vivimos. Con esta concepción se pone al ser humano y su desarrollo como un factor determinante para explicar los cambios ambientales. El termino también es un giro para el ambientalismo: si aceptas que el mundo que querés preservar es del Antropoceno, lo que estas cuidando es la intervención humana en la naturaleza, no la naturaleza en sí misma. En el mundo de Mad Max: Fury Road, no existe la responsabilidad por cuidar el ya perdido planeta, tampoco la posibilidad de cuidar al ser humano porque este ya no es el que era, lo único que queda es cuidarse de los hombres.
George Miller, el creador y director de todas las Mad Max, estableció el género post-apocalíptico como lo conocemos hoy, antes la Tierra había sufrido una ola de contagio, los muertos se levantaban de la tierra, vampiros, invasión extraterrestre. En la primer Mad Max la falta de recursos -el petróleo en ese entonces, el agua en Fury Road- es la que empuja al hombre hacia la desolación (la máxima severidad del género seria La Carretera). Otra marca de Miller es que esto suceda plenamente en el género de acción y la road movie. Su apocalipsis es todavía mas particular por el hecho de que debería haber sucedido antes de nuestro tiempo, o al menos eso parece por su estética, que se detuvo en los años 80 en su luz y oscuridad. Por lo tanto no se ve en la obligación de tener que predecir el futuro. Miller era medico antes de convertirse en cineasta, y fue en la práctica donde su imaginario comenzó emerger, viendo las secuelas de la violencia, reimaginando las causas. No necesitó inventar un nuevo mundo, en cambio quiso romper el pasado, romper la estabilidad mental del hombre, ver lo que quedaba sin su humanidad. Y arriba de eso empezar la carnicería.
La locura referida en el título de la película refiere, en su extensión, a una condición que solo puede afectar al ser humano (sin contar al pingüino de Herzog), que acá se combina con su capacidad, también única, de adaptabilidad. Incluso cuando el ambiente ya no guarda relación con nuestras necesidades, todavía persiste el impulso de seguir aunque ya no haya lugar para el deseo, mucho menos la esperanza. Nuestro héroe, Max Rockatansky (Tom Hardy) llama a este impulso “supervivencia”, mientras que los salvajes habitantes de la Ciudadela que lo capturan para usarlo como donante universal de sangre parecen sostenerse por el fanatismo religioso y la creación de nuevas formas de poder. Immortan Joe (Hugh Keays-Byrne) es el líder en la Ciudadela, mientras su propio cuerpo ya no puede sostenerse y tiene que respirar artificialmente y vestir una armadura de plástico duro que aparentemente lo ayuda a mantenerse en pie. Es un autoproclamado enviado de los dioses como el mesías. Maneja el suministro de agua para mantener el poder, dejando a la gente que lo venera en la podredumbre y la disputa. A los guerreros de su ejército les promete el acceso a Valhalla (mitología nórdica), pero solo a los elegidos. En todo su delirio, los guerreros van a buscar la gloria en el combate para ganárselo. Antes de sacrificar sus vidas se rocían la boca para lucir “cromados y brillantes”, señalan a sus compañeros y dicen “sean mis testigos”. En ese tipo de trance lo conocemos a Nux (Nicholas Hoult), un War Boy, que, como todos los otros, nació y vive con “half-life (media vida)” -razón por la que necesitan a los donantes- y gana energías para pelear sustrayendo sangre de Max.
Charlize Theron es Imperator Furiosa, de alto cargo en el ejército de Immortan Joe, comanda un convoy que va en busca de suministros a la Granja de Balas y Gas Town. Pero en esta misión lleva dentro de su vehículo de guerra a las esposas de Immortan Joe, una de ellas embarazada, para exiliarlas en el Lugar Verde, donde ella nació, donde todavía hay naturaleza. Un largo viaje. Los caminos de Max y Furiosa se van a cruzar, por supuesto, y se van para escapar de Immortan Joe con sus Esposas. Theron y Hardy tienen poco dialogo y a lo largo de la película hay pocos planos que duren más que unos pocos segundos, lo que en cierta medida parecería un desaprovecho de sus talentos y el uso de sus meras presencias, pero no funciona así en Mad Max: Fury Road, los dos consiguen destacarse con una fuerza algo primitiva, en especial Hardy, a lo largo de las increíblemente elaboradas secuencias de Miller, que ponen en vergüenza a la última generación de películas de acción y sin dudas van a ser materia de estudio para futuras generaciones de editores. Nicholas Hoult en su solo personaje nos permite ver a través de toda la ideología religiosa y esclavizante, la locura y la violencia de los War Boys.
Miller, tomadas las debidas consideraciones, es clásico, y en la cuarta Mad Max consigue escalar a lo épico. Esto es, la representación del camino del héroe, que hace desde la primer Mad Max hasta, sí, Babe, el chanchito valiente (increíblemente escribió y produjo la primera y dirigió la secuela). En el desencadenante de Fury Road regresamos a la Ilíada, con el robo de las esposas, y en el viaje tenemos la clásica estructura de la Odisea, ya más anclada en la road movie. Con el retorno al hogar como objetivo y última esperanza. Pero, para ser claro, Fury Road está lejos de ser un poema épico, más bien se siente como ver fílmico en cocaína (en verdad es CGI 3D), por momentos parece una caricatura en cámara rápida, un sádico entretenimiento de dos frenéticas horas empaquetadas de acción. Una monstruosa producción.