No necesitamos otro héroe
Dos películas en una: la de acción a alto voltaje, y otra con una mirada sociológica y hasta espiritual.
Hay dos películas en una. La que prima, la que está ahí escapando de la pantalla en la proyección 3D es la que hará que Mad Max: Furia en el camino sea la más taquillera este fin de semana, aquí y en donde se estrene. Aquella donde adelante están los sentimientos primarios -sobrevivir, escapar, matar o morir-. La otra, la de la indagación sociológica, la metáfora geopolítica, la que plantea cuestiones filosóficas y hasta espirituales, también está. El espectador elige.
Max (Tom Hardy, Bane en la última Batman) es un ex policía que en un futuro postapocalíptico empieza raptado por los secuaces de Inmortan Joe, tirano que es el dueño y señor de La Ciudadela, donde los pobres y lisiados ruegan por migajas y se pelean por el agua que Joe derrama desde las alturas -la división de clases es clara, los esclavos llevan una pátina de polvo blanco-. Max e Imperator Furiosa (Charlize Theron) son los dos rebeldes a los que la historia reunirá para combatir al superpoderoso y sus hombres.
Es que Max está trastornado. Eso es indudable. Su agresividad proviene de su pasado, que se le hace presente en alucinaciones. Lo atormentan muertes que no ha podido evitar. No en vano Miller aprisiona en buena parte del metraje su cabeza en una máscara metálica, y su cuerpo es encadenado.
Furiosa rapta a las cinco esposas de Inmortan Joe -todas supermodelos- y las quiere llevar, a través del desierto, a bordo de un camión con acoplado a Lugar verde, mítico paraíso donde presume estarán felices y a salvo. Y Max, a quien usan como "bolsa de sangre" -su vena está conectada a la de Nux (Nicholas Hoult), que es capaz de dar su vida por la causa que le ordene su amo-, obviamente escapará y ayudará a las amazonas en su lucha por hacer lo mismo. Huir. Porque la persecución será tremenda.
Claramente esta Mad Max no tiene en su historia parangón con la original, de 1979, y si se asemeja a alguna de la trilogía de Miller es a la segunda. Lo que mantuvo es la forma, no tanto del relato -intenten, hoy, ver 5 minutos de la de 1979 sin esbozar una sonrisa-, sino las acrobacias, los fierros, los automóviles, las máscaras, el vestuario, la sangre, el calor, el desierto.
El líder dictador (Hugh Keays-Byrne, el mismo actor que era Toecutter, el malo en la Mad Max original, pero en otro rol, claro), que tiene el rostro cubierto con una máscara de dientes, y vive gracias a estar adosado a enormes tubos de oxígeno, quiere mantenerse en el sitial del poder como sea. Sea a través de la guerra o de las negociaciones con las tribus vecinas en el desierto, los de la Granja de Balas y los la Ciudad de Gasolina. Inmortan Joe usa a las mujeres como productoras de leche y para dar a luz a nuevos guerreros. La mirada de Miller es directa: está contra el patriarcado y la explotación femenina.
Miller habla de un futuro en el que la decadencia de la civilización ha llegado, y la dependencia del petróleo es total. Hay un poder establecido (Inmortan Joe) y un deseo por romper el molde y buscar una civilización mejor, crear un Nuevo Orden (Furiosa). Una pérdida de autoestima, de creer en sí y en algo, y el aceptar el presente como la única realidad. Eso, si hilan más fino. De lo contrario, hay un gordo misógino contra una mujer peladita, algo masculinizada, que lo enfrenta.
Pero aquí Furiosa es la que es alimentada por la venganza, el resentimiento, la rabia, no Max. Y en más de un momento Miller le cede el protagonismo a ella, antes que a Max. Vean sino el afiche local del filme, quien está en primer plano.
Aquí el que detenta el poder es el que tiene los liquidos -el agua y el petróleo, en el orden que prefieran- y lar armas.
Los elementos -metal, acrobacia, motores, lo árido- están siempre presentes. No hay una edición enloquecedora, ni de cortes abruptos, apurados. Los efectos especiales son usados para que no se vean los cables de los que cuelgan los acróbatas (aunque hay una escena en una tormenta totalmente hecha por CGI, claramente), porque los dobles de riesgo son de carne y hueso, no dibujitos por computadora. Y eso se nota. Y se agradece.
El también australiano John Seale aprovecha la luz natural de desierto de Namibia, con sus tonos anaranjados y ocres, un marco para esta película cargada de violencia, y de otras connotaciones.