¿Es para tanto?
Tantas reseñas abrumadoramente a favor, comentarios previos que hablaban de “una obra maestra” y un par de tráilers realmente cautivantes predisponían de muy buena manera a la hora de ver Mad Max: furia en el camino. Sin embargo, el resultado no es el esperado o las expectativas generadas no estuvieron a la altura, quedando algo de decepción cuando se piensa un poco la película a posteriori.
No es que Mad Max: furia en el camino esté mal, para nada. De hecho, tiene unos cuantos méritos para enumerar, que la diferencian de buena parte del mainstream hollywoodense. Para empezar, George Miller tiene una visión equilibrada del carácter mítico que ha adquirido el personaje que creó, Max Rockatansky (esta vez encarnado por Tom Hardy, quien reemplaza exitosamente a Mel Gibson), y el nivel de conocimiento que ha llegado a tener dentro del panorama de la ciencia ficción post-apocalíptica, lo que le permite hacer las introducciones justas al camino de este antihéroe y el universo destrozado que habita. En consecuencia, lo que tenemos es un film que se concentra rápidamente en las acciones, con un montaje acelerado, a hachazos, con personajes delineados con un par de trazos y toda una red de simbolismos y construcciones lingüísticas a las que el espectador debe acomodarse sin mucho preámbulo. A la vez, Miller se permite reacomodar a Max no como un protagonista definitivo e inamovible, sino más bien condicional, alguien a quien no le queda otra que prenderse a una huida encabezada por la Emperatriz Furiosa (Charlize Theron), quien busca llevar a un particular grupo de mujeres a su tierra natal, mientras son perseguidos por el maligno Inmortan Joe. De este modo, también se va perfilando una lectura sociológica donde lo que se ve es a un grupo dominante cimentando en construcciones discursivas y rituales patriarcales y religiosas, con un líder que es la vez dictador, siendo desafiado por un conjunto de protagonistas con una impronta indudablemente feminista.
Pero también es cierto que, si analizamos Mad Max: furia en el camino en comparación con la filmografía previa de Miller, tanto Max como Furiosa lucen un tanto esquemáticos y elementales al lado de la complejidad que se podía apreciar en ese héroe que se iba construyendo y superándose a sí mismo, que era el cerdito de Babe, el chanchito valiente y Babe, el chanchito en la ciudad. El camino que recorren es mucho más lineal de lo que podría aparentar y está mucho más vinculado a la evolución bastante más simple que realizaba Happy Feet como factor disruptivo de un sistema. Por otro lado, Miller siempre ha sido directo, potente y hasta brutal en sus lecturas y metáforas políticas, y si en las dos primeras entregas de Mad Max casi no necesitaba de palabras, en los dos films de Babe la voz narradora funcionaba como un vehículo de acercamiento al público infantil, siempre con una sinceridad demoledora. Acá esa sinceridad y potencia permanecen, pero el discurso es cuando menos algo más lavado y no del todo coherente con las películas anteriores de la saga. Aún así, se le puede otorgar validez a partir del hecho de que se percibe un camino, una búsqueda en la filmografía de Miller, que ha ido pasando de una contemplación desoladora del mundo que lo rodea a una más esperanzada. Allí, Mad Max: furia en el camino es un film de crisis intencional, como si Miller debatiera consigo mismo a través de su obra.
Otro aspecto donde la maquinaria de Mad Max: furia en el camino hace ruido es el de sus personajes de reparto: en ese villano con tanto carisma como superficialidad que es Inmortan Joe, como en ese enemigo transformado rápidamente en amigo que es Nux -que encima suma un romance con una de las jóvenes fugitivas que como mínimo está tirado de los pelos-, se revela a un relato ambicioso en sus formas y contenidos, pero también limitado por el nervio, el vigor y la velocidad que se impone a sí mismo. Lo cual nos lleva al último punto: a pesar de ciertas paradas estratégicas, el film no se diferencia tanto de otros exponentes del Hollywood actual. Por momentos, es puro ruido, estupendamente filmado, pero ruido al fin. El estruendo que provoca está muy calculado y se percibe una intención por conectar tanto con la crítica hambrienta de cierta anarquía en el mainstream como con un público con un horizonte marcado por años y años de blockbusters explosivos. No está mal que las dos vertientes se crucen, pero pocas películas las han unido con éxito -un ejemplo reciente es El planeta de los simios: confrontación-. Porque en verdad Mad Max: furia en el camino es una película de tensiones no resueltas: detrás de todas sus convicciones, de toda su energía avasalladora, hay dudas, hay vacilaciones. Por eso quizás tanta euforia no esté justificada. Quizás no sea para tanto.