La nueva entrega de la saga de estos bichos de la selva que no saben si quieren volver a vivir en cautiverio o aprovechar su libertad es una película ideal para los más chicos, pero curiosamente funciona muy bien con gente grande. La más lisérgica de todas las partes de la franquicia de Alex, Marty, Melman y Gloria está mucho más cerca de Vecinos invasores que de películas más tradicionales del género de animación que los tiene como estrellas. Con un guión al que no le interesa en lo más mínimo tener una continuidad lógica, el realismo o las explicaciones de los eventos que se van sucediendo, se dedica directamente a hacer reír por la vía más bizarra, desde una canción zonza, coreografiada y que repite Circo-afro, Circo-afro hasta una enorme y poco antropomorfizada osa que enamora al rey Julian (gran apuntalador de la saga), la búsqueda del humor es constante y no se detienen jamás a pensar en el sentido de los hechos anteriores o posteriores.
Para que se den una idea, el filme comienza con los muchachos en la selva, en donde los habían dejado los pingüinos abandonados mientras huían en su avión y los animales liderados por Alex, deciden ir a buscarlos para vengarse. Acto seguido, se encuentran nadando en el Mediterráneo, con las antiparras puestas. La magia del dibujo animado les permite alejarse de todo convencionalismo y de todo atisbo de verosimilitud para centrarse en la acción pura de lo que diga el guión, sin importar que esto tenga sentido o no. Ideal para un niño, como dijimos, pero si uno es lo suficientemente "niño" como para dejarse llevar por esos sinsentidos y simplemente relajarse, se va a dar cuenta de que la puede pasar mucho mejor.
En este caso, el grupo de simpáticos animalitos va a llegar a Europa y será perseguido hasta el hartazgo por una implacable funcionaria de control de animales que es casi un X-Men o -por qué no- el T-1000 de Terminator 2, con capacidades olfativas, visuales y físicas absolutamente desaforadas. En sus intentos de escape, se encontrarán con un circo itinerante manejado por una bella felina, un elefante marino parlanchín y cuya figura -un tigre ruso- ha perdido la confianza.
Madagascar 3 tiene las aventuras que se esperan de ella, las risas predecibles que pueden generar cada uno de los personajes principales que tan bien han sido desarrolladas en las pasadas entregas (Alex, con su vanidad y su nostalgia constante del zoológico; Marty, con sus ocurrencias y su espíritu constantemente festivo; Melman, con sus neurosis e hipocondrias; Gloria con su toque femenino; y el infaltable Julian, ese delirante autoproclamado rey de la selva con sus aires de grandeza) pero es el personaje de la osa y su enamorado quienes se roban todas las carcajadas con escenas completamente desopilantes, sacadas de contexto y casi ajenas al resto de la historia. Cada escena en donde aparecen ellos dos, en especial esa particular osa, la única que no habla el mismo idioma que el resto, la única que no tiene cara y movimientos humanos, con un ridículo moñito color rosa, elevan la diversión a niveles incalculables.
En una película en donde casi nada tiene razón de ser, con mucho color, música, fantasía, pero también con un humor que se va para los extremos, Madagascar 3: los fugitivos es probablemente la peor de las tres películas de la franquicia (si nos ponemos estrictos con el guión, la narración inconexa, la historia intrascendente) pero seguramente es la más divertida de todas, si uno se deja llevar.