¿Qué es lo que tienen de bueno las pelìculas de la serie Madagascar? Son, por cierto, mejores que la media, y tienen por lejos uno de los mejores diseños para un dibujo animado digital. Justamente en el diseño es que reside el encanto: los personajes de Madagascar no son “realistas” sino perfectas caricaturas que interpretan de modo transparente el estilo de los comediantes que les otorgan las voces. No es que se parezcan fìsicamente, sino que el movimiento de Alex el león es similar al de un Ben Stiller con disfraz de león. El otro acierto es la libertad: nunca se toman en serio, cuando aparece la oportunidad de un gag en la trama, se aprovecha y los dibujantes tienen el tiempo justo para ejecutarlo. Por último, los pingüinos están dentro de las mayores invenciones cómicas del cine reciente. Aquí los animales de siempre (cuatro monos, cuatro pingüinos, dos lemures, una llama más león, cebra, hipopótamo y jirafa) siguen tratando de llegar a Nueva York, entran a Europa por Montecarlo y se vuelven perseguidos de la justicia (o algo así) para terminar escondidos en un circo. Cada etapa del relato es la excusa para un momento de humor desaforado en la vieja tradición del cartoon clásico, aquel que -no se sorprenda, así era- no se hacía para chicos sino para burlarse de la realidad en un mundo donde podía pasar absolutamente cualquier cosa. Eso mismo es Madagascar 3: mostrarnos en pie de igualdad con los animales, como los animales que somos.