¡Poder peludo!
Caso emblemático el de Madagascar: cuanto más avanza la saga, mejores son las películas. La primera, allá por 2005, tenía el germen de algo que podía ser bueno -una serie de interesantes personajes neuróticos, un trazo que emulaba al cartoon clásico, cierto gusto por el ritmo desenfrenado, momentos musicales y visuales que explotaban la creatividad-, pero el lastre del conflicto psicológico empantanaba las situaciones y cierto tufillo nacionalista (el 2001 estaba demasiado cerca) no ayudaba para sentir empatía total por el producto. Las piezas se movieron, y en la segunda parte los realizadores se hicieron cargo de algo que resulta una tara para la gente de Dreamworks -más allá de algunos casos esporádicos-: sus películas carecen de profundidad y tienen como único objetivo ser artefactos divertidos, aunque perecederos. Pero Madagascar 2 tenía un humor más lunático, un ritmo imparable y la diversión estaba garantizada, incluso quitándole a los personajes el corset neoyorquino y dejándolos libres en medio de la sabana africana. Ante una tercera parte, eran muchos los reparos que podíamos tener, sin embargo esta Madagascar 3: los fugitivos justifica cada minuto en pantalla con una solidez inhabitual a partir de una apuesta total por el desenfreno, el desquicio, la construcción de una serie de piezas maestras que se encastran unas con otras y construyen una narración donde el sentido está puesto en el ritmo, la forma y la apología de un nonsense mayúsculo. En definitiva, si la animación es la búsqueda de lo humano por la vía de lo fantástico, Madagascar 3 cumple el objetivo homenajeando a la mejor animación con exceso de creatividad, y se convierte en una de las películas más divertidas en años.
Muchos creen que las películas que celebran el ritmo y el vértigo no pueden ser inteligentes. Vean Madagascar 3 para refutar esa teoría. El film tiene un falso comienzo, y un recomienzo posterior, donde ahí sí alberga su tema de fondo: cuando los protagonistas se cruzan con un circo ambulante bastante decadente, el asunto gira en torno al fracaso y el éxito, al placer que genera el arte, la necesidad de intentar las cosas por más que fracasemos, y la diversión como forma de vida. Uno intuye que la presencia de Noah Baumbach como guionista es fundamental aquí: su puño evita que la película caiga en la moralina habitual de Dreamworks, haciendo que el subtexto se interprete por medio del ritmo y el movimiento, y sin mucha necesidad de andar diciéndolo por ahí en voz alta. Pero antes que todo eso (que en definitiva tampoco es lo mejor de la película), hay un comienzo demoledor, una secuencia de acción descomunal a lo James Bond por las calles de Monte Carlo. Y cómo se llega hasta allí, es una pura arbitrariedad que amaga con convertir todo en un desastre: en menos de cinco minutos los pingüinos se van de Africa hacia Monte Carlo, y los protagonistas deciden seguirlos. Hay elipsis gigantescas y el mensaje que parte desde la pantalla hacia el espectador, es: “gente, acá van a ocurrir cosas increíbles, no pregunten mucho, déjense llevar”. Y justo cuando uno comenzaba a confirmar las dudas y a pensar en la intrascendencia del asunto, en su vacuidad de tercera parte, Madagascar comienza de pronto a estallarle en la cara con miles de colores alegres, con una vivacidad desquiciada que el cine de animación mainstream parecía haber perdido, y con una potencia humorística que avanza con mil caballos de potencia. Madagascar 3: los fugitivos es todo lo superficial, lustrosa y divertida que Cars 2 quiso ser, y no pudo.
La búsqueda histórica de Dreamworks ha sido homenajear la potencia humorística de los personajes clásicos de la Warner. Lo logró con algunos momentos de la segunda Shrek, con aquella ardilla de Vecinos invasores, con la segunda parte de Madagascar, con algo de Megamente, pero hasta ahora no había podido construir un producto que estuviera a la altura de las circunstancias en su totalidad. Tal vez porque teniendo a Pixar como principal contrincante, Dreamworks quería ser lo lunático pero también lo pensante, sin nunca llegar a imbricar ambos caminos de manera satisfactoria. Madagascar 3: los fugitivos es maravillosa, precisamente, porque abandona esa necesidad del peso psicológico y se entrega a la más pura diversión con total placer. Y lo hace con mucho talento y con una evidente precisión en sus formas: si la secuencia de inicio es descomunal y desaforadamente física, tanto que dan ganas de pararse en la butaca, lo bueno es que siempre la apuesta va a más, no pone el pie en el freno y tiene la suficiente inteligencia como para no agotar al espectador. Madagascar 3: los fugitivos incluye momentos visuales de alto impacto, fundamentalmente uno ambientado en el circo, donde las formas se licúan y las imágenes se vuelven experimentales, plásticas, surrealistas. Ese ballet cósmico y cómico es una sola de las tantas apariencias que adquiere este film camaleónico en sus diferentes búsquedas humorísticas, que evita casi totalmente la recurrencia a la referencia pop, marca constante de la casa. Otra de esas búsquedas son los personajes: están los protagonistas, los protagonistas de segundo plano, los de relleno, los comic relief, los nuevos personajes (notable la osa enamorada del lémur), los complejos y los que son pura superficie, una villa excepcional, todos con su instancia y su importancia dentro del relato, en una variedad asombrosa. Madagascar 3: los fugitivos es la película definitiva de Dreamworks, la que a la búsqueda habitual le da un destino seguro y placentero, que no es otro que el del humor divertido, desprejuiciado, carismático, intrépido, y que hace de la animación el medio natural para ponerlo en imágenes.