La cenicienta
Anne (Toni Colette) y Bob (Harvey Keitel) son un matrimonio estadounidense recién llegado a Francia que intenta insertarse en la aristocracia parisina. Ofrecen una cena y al poner la mesa, Anne nota que habrá 13 comensales. Para evitar que el número traiga mala suerte, le pide a María (Rossy de Palma) su empleada doméstica, que se haga pasar por una adinerada española y tome un lugar en la mesa. No contaba con que David (Michael Smiley), un británico relacionado con la venta de arte, quedaría enamoradísimo de ella. Y cuando el romance empieza a florecer, Anne hará todo lo que está a su alcance para evitar que prospere.
La directora y guionista Amanda Sthers comienza a construir una gran película desde lo básico: el guion, poniendo especial énfasis en sus personajes y el modo en que se vinculan. El matrimonio de Anne y Bob atraviesa problemas personales y económicos, y el idilio de María es una bomba de tiempo capaz de destruir el autoestima de Anne. La envidia y bronca que le genera el vínculo chocan con la necesidad de mantener la coartada y no revelarle a David quién es realmente la mujer que captó su atención. Ella es la linda, la exitosa, la que siempre tuvo todo y ahora, que está a punto de perderlo, su mucama (mucho menos agraciada) parece tomar mejor posición. María, por otro lado, es una mujer que nunca ha tenido mayores ambiciones. Tosca hasta rozar el grotesco, arranca su intervención en la cena llena de timidez para ir avanzando a paso firme hasta convertirse en el alma de la fiesta. Y es esta autenticidad y desparpajo lo que cautiva a David, el galán acostumbrado a rodearse con damas finas de la alta sociedad que se acercan a él. El hecho que María en primera instancia no se muestre tan interesada lo corre de su zona de confort y toma la conquista como un desafío.
Por supuesto, todos estos vínculos logran transmitirse de manera precisa por las grandes actuaciones del elenco. Rossy de Palma, histórica musa de Almodóvar, luce inoxidable. Fresca y genuina, le pone el cuerpo a una María que es imposible no querer. Y además, logra transmitir un magnetismo sexual inesperado si nos basamos únicamente en su físico, tan alejado del estereotipo canónico de belleza. Colette y Keitel, por su parte, conforman un dúo con grandes toques de comedia, con una química evidente. Y todo lo misterioso, lejano e inconquistable que se supone que es David, Smiley lo plasma con creces.
Suerte de inesperada Cenicienta posmoderna, Madame no es todo risas y sabe intercalar momentos desopilantes con toques del más profundo drama. Porque las mujeres como María no encuentran a su príncipe azul ni tienen hadas madrinas. Están condenadas a soportar los caprichos de las madrastras. De apariencia ligera pero de trasfondo profundo, lo último de Shters es una excelente historia que nos abre un mundo de personajes queribles y sus amargos destinos.