El verdadero cuento de cenicienta. La directora francesa Amanda Sthers se pone áspera y cruel en Madame, una descripción lapidaria de la clase europea. El comentario lascivo y detractor se vuelve fabula en la reformulación de la moralina de Charles Perrault “La cenicienta”, pero con una heroína española, Rosy de Palma, quien interpreta a la mucama de la casa de los Fredericks. La familia de USA pero radicada en las aristocracia francesa, le proponen a María (De Palma) la ama de llaves de la casa hacerse pasar por un comensal, todo por evitar el número 13 en la mesa. Anna Frederich (genial Toni Colette) es una ricachona malísima que al principio es una especie de hada madrina, pero con el transcurso del relato se convierte en la bruja malvada. La “señora” de la casa, viste, maquilla y transforma en una princesa a Maria quien espontánea y graciosa – Rosy de Palma es inmensa- logra en la cena capturar la atención de un curador de arte inglés, Michael Smiley (David Morgan).
La comedia de enredos deviene en una película romántica en donde el sueño del “príncipe azul”, tal el guiño del cuento tradicional, va tomando forma y se convierte en el principal gancho de la película. Sthers, recorre los barrios elegantes de la ciudad de París, nos pega un viaje por las callesitas de las “rue” usando paneos y travellings eternos. Rosy de Palma se pasea en un Lamborghini con ese caballero inglés y buen mozo que la corteja pensando que ella es una condesa española, no una mucama y esto es interesante porque la directora, que tiene las mejores intenciones, muestra el vacío de la gente de “plata” y los prejuicios para con las clase trabajadora. La comedia romántica, comienza a inquietar e incomodar y a sentirse amarga. Madame despliega todo el potencial de dos actrices magistrales De Palma y Colette quienes se sacan chispas en con sus lenguas viperina. El “Había una vez” contado con energía tiene un final que refuerza del deseo de la directora por salirse de la fantasía de Cenicienta.