Historia de supuesto terror centrada en lo que le sucede a una pareja compuesta por un escritor y su mujer, la nuevo del realizador de “El cisne negro” es –en palabras de un célebre autor– “un cuento contado por un idiota lleno de ruido y de furia que no significa nada”…
¡Ay, el ego de los creadores, el sufrimiento del artista torturado! Ese gran problema contemporáneo. ¿Qué sería del cine sin esa película en la que los creadores nos muestran, desgarrándose, sus problemas creativos y su relación con sus enloquecidos fans? ¿Cómo podríamos sobrevivir sin saber lo traumados y, a la vez, monstruosos, que pueden ser? Por suerte, un autor del tamaño y el talento de Darren Aronofsky (?) viene a sacarnos de la duda, viene a ofrecer –casi literalmente– su corazón para que lo diseccionemos.
¡MADRE! es una monstruosidad de película, un ejercicio de auto conmiseración y masaje al ego disfrazado de mea culpa, una muestra de abyecto desprecio por el espectador (el que va a la sala pero en especial el que está representado en la propia ficción) y, finalmente, una película que no hace más que repetir ideas trilladas sobre todo por parte de un realizador que cree estar expresando algo original cuando no hace más que versionar de modo falsamente experimental ideas sobre el arte, el matrimonio, la familia y el cine que son, por lo menos, retrógradas. Por no decir imbéciles.
Uno puede suponer que sus problemas creativos y matrimoniales lo llevaron a imaginar este escenario de filme de terror: el artista torturado, su devota esposa y una casa, antigua, que ella ha reconstruido con amor y devoción (ya que todo en la vida de ella pasa por el bienestar de él) mientras él miraba su propio ombligo con cara de Javier Bardem mirando su propio ombligo. Ella, en la piel de Jennifer Lawrence, solo parece tener un deseo de realización personal: tener un hijo. Según Aronofsky, es obvio que para eso es que las mujeres existen en el mundo. Nada más que para sus hijos y su marido. Y, claro, para verse sexys en camisón…
La película no es otra cosa que una extensa alegoría a partir de una disolución matrimonial generada por la tensión entre el ego desmesurado del artista y aquello de “me debo a mi público” (quienes, obviamente, no son otra cosa que un tendal de zombies descerebrados) con los deseos de domesticidad y vida familiar de su mujer. En la cabeza de Aronofsky, seguramente, ¡MADRE! es una suerte de autocrítica, pero viendo la construcción de sus personajes y la lógica de su estructura termina claramente siendo todo lo contrario.
Durante su primera mitad funciona, más allá de su infinidad de clichés, como una suerte de película de suspenso vagamente “polanskiana” en la que la casa de esta pareja es prácticamente invadida por otra (Ed Harris y una gran Michelle Pfeiffer, claramente lo mejor del filme) que llega supuestamente por error pero luego se convierten en invitados insoportables, especialmente para J. Law, que sólo quiere cocinar, lavar y mirar a su marido embobada mientras él se mira la nariz. J. Bard, en cambio, disfruta la presencia de estos invasores porque, ya verán, ellos tienen sus motivos ocultos para estar ahí.
Esa primera parte de una película dividida claramente en dos termina de manera bastante absurda. Pero, de todos modos, si todo el filme concluyera allí no sería tan grave. La verdadera monstruosidad viene después, pero no conviene adelantar demasiado. Solo diré que es una supuestamente pesadillesca y, uy, provocadora acumulación de situaciones que intentarán demostrar, una y otra vez, lo ya planteado de entrada: la lucha entre el ego del artista sufriente frente a la adorada devoción de su noble y un tanto idiota esposa. Pasará de todo, literalmente, pero el problema no es lo absurdo, escatológico y delirante de lo que sucede, sino las ideas banales –podríamos agregar adolescentes y abyectas– que sostienen todo lo que se ve en el filme. Un catálogo de imbecilidades disfrazado de una autocrítica que no se la cree ni el propio director de NOÉ…