Réquiem para un sueño
El final del filme instala algo del orden de lo explicito en tanto discurso, sin embargo todo se constituye como una gran alegoría. ya que la dialéctica espiralada de la historia de este relato en particular también lo es a nivel general, pues es inevitable la proyección sobre todo lo humano desde su historicidad.
En las tres primeras escenas se presenta sendos registros, el fantasmagórico, el del suspenso en tanto incógnita, y el del drama, este establecido en las fantasías de una mujer en gravidez.
Luego, como de costumbre, el director de “PI” (1998) y “El cisne negro” (2010), entre otras, derrapa en un frenesí visual y narrativo.
Claro que esto ocurre en la segunda parte del filme, la primera es una lección de cine de géneros entrecruzados entre el drama y el misterio, con dualidades en los personajes que rodean al principal que le otorga el nombre.
Madre (Jennifer Lawrence) esta embarazada, la fantasías de estar gestando un monstruo dentro suyo es tan común como creíble desde la imagen, Él (Javier Bardem), su esposo, es un escritor famoso en pleno estatismo creativo. Ambos habitan la casa paterna del novelista, en un lugar aislado e inhóspito, alejada de la ciudad, destruida por el fuego y reconstruida por ella con minuciosa paciencia.
El amor se hace presente en cada una de sus miradas, sus gestos, detalles, actos, acciones, diálogos, hasta que en plena noche lluviosa llega un Hombre perdido (Ed Harris), presentándose como el nuevo medico del hospital comunitario, es invitado por Él a pernoctar primero y luego, cuando se descubre como fanático del dramaturgo, a establecerse, narcisismo establecido.
A la mañana llega una mujer (Michelle Pfeiffer), la esposa del facultativo, y la invasión en la residencia empieza a gestarse. Los hijos de la pareja también concurren, casi presentados como una relectura de Cain y Abel, hasta que la tragedia dice presente.
Lo que hasta el momento era pura intimidad invadida se transforma en otra cosa, del orden de lo religioso, del fanatismo, la invasión del mundo en la intimidad, y la ignorancia de su presencia se diluyo.
Él está en su apogeo, todos lo idolatran, lo llaman “el poeta”. Madre sólo quiere preservar a su marido y a su bebe, en el orden inverso.
Todo transcurre en ese espacio físico, principio y fin indiviso, la cantidad de recortes que se pueden establecer, simultáneamente a las lecturas posibles, hacen de todo el texto como imposible de asir.
Desde el mal como inherente al ser humano, las ansias de fagocitación del sistema capitalista, antropofagia incluida, perversión extrema, destrucción, discriminación junto al holocausto como contenido. Todo a partir de imágenes caóticas, superpuestas en plena contradicción o continuidad.
No hay nombres, son personajes que se repiten, que pueden ser ocupados por distintas personas, la banalidad del mal esta ahí y no lo vemos hasta que es tarde. Mirada apocalíptica del director, muy similar a la establecida en la nombrada como titulo de este intento de análisis.
Filmada con impecable precisión, con un despliegue visual y sonoro fuera de lo común, todo lo que se ve tiene un sentido, figurativo o narrativo, todo lo que se escucha transita por los mismo andariveles.
Otro elemento que está en el tope de la producción es el montaje, impecable, ayudado y apoyado por la dirección de arte que establece algo del orden de la intemporalidad que el guión no hace, sin embargo los diálogos refrendan
Si algo podía dar orden, sostén y hasta coherencia al texto eran las actuaciones, el cuarteto principal lo logra, Jennifer Lawrence sustenta la mayor parte del metraje, en su rostro y en su cuerpo está la apoyatura principal, la evolución del personaje es progresiva, constante, la cámara la ama, Darren Aronfsky lo sabe y aprovecha esto plagando de primeros planos para lucimiento de la actriz.
Javier Bardem juega en los límites de la dualidad, transitando la delgada línea de la actuación naturalista y la de las mascaras, hasta dentro del mismo plano, ya sea del genero dramático y/o el terror, genial como siempre.
Ed Harris hace lo suyo con tal destreza que no parecería estar actuando, y la performance de Michelle Pfeiffer podría ser llevada para estudiar el cinismo como variable de personalidad humana.
Es cierto que es difícil de establecerse frente al texto, todo es comprensible, pero tal es el torbellino de sensaciones que produce que se necesitaría ver dos veces más, la segunda para descubrir aquello que se pudo pasar por alto, la tercera para relajarse y disfrutarla a pleno.
(*) Realizada por Darren Aronofsky, en 2000.