Quizá es un escritor frustrado, y de ahí la mirada cruel que hace, de un poeta, un demonio vanidoso. Quizá tiene razones para manifestarse contra la creación artística y sus musas inspiradoras, y para eso concibe un horror film alegórico: la musa fagocitada por la creatividad. O quizá detesta a las mujeres, y de ahí el ensañamiento con sus protagonistas femeninas, con frecuencia víctimas de palizas, violaciones y humillaciones aberrantes en su filmografía, (de la que hay que exceptuar El luchador, proyecto Mickey Rourke). O quizá hay algún asunto no resuelto con la figura materna, vaya uno a saber. Son todas conjeturas que pasan por la cabeza después de ver ¡Madre!, la nueva película de Darren Aronofsky, el de El cisne negro y Réquiem por un sueño.
Esta vez, el ensañamiento de Aronofsky tiene la forma de cruza, de casa embrujada con ritual maléfico. Lo primero está claro desde el preámbulo, cuando un efecto digital tipo botón de photoshop va convirtiendo un lugar en cenizas en una casona preciosa, iluminada por el sol. Lo segundo se infiere sin esfuerzo, apenas la protagonista deambula por el caserón, y se asusta frente a la aparición de su marido. Pronto sabemos que la casa es de él, que se incendió y fue reconstruida por ella, con sus propias manos. Se supone que es el lugar donde deben y quieren estar solos, para que él escriba y ella termine su trabajo. Pero empieza a llegar gente extraña.
Aronofsky cita, homenajea, ideas que tuvieron otros cineastas. Imposible no linkear con el Polanski de El bebé de Rosemary, alguien dijo Bergman, y hasta viene a la cabeza el Buñuel de Viridiana, con aquella otra casa magnífica invadida por extraños que todo lo comían y todo lo tocaban.
La primera hora de película mantiene la atención, el suspenso por averiguar hacia dónde irá todo esto. En ese tramo de película de misterio y terror dark a secas, está lo mejor de Madre!. La segunda hace del misterio un estallido de situaciones cada vez más bizarras -¡tentación de spoiler!- que van desquiciando a la pobre ama de casa. Si hay una fuerza natural capaz de mantener con vida todo el asunto es Jennifer Lawrence, claro. Pero su papel (ella es Mother, y Bardem, Him, háganse la idea), el de una mujer servicial cegada por el enamoramiento, es tan poco agradecido que la violencia obscena parece responsabilidad de su propia estupidez. Es cierto que, la buena o los malos, Aronofsky no parece mirar con cariño a ninguno de sus personajes, títeres de su pretenciosa metáfora. Sobre el loco fanatismo por las celebridades, conviene volver a Misery.